El más fuerte no es nunca bastante fuerte para ser siempre el
señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber.
De ahí, el derecho del más fuerte; derecho tomado
irónicamente en apariencia y realmente establecido en principio. Pero
¿no se nos explicará nunca esta palabra? La fuerza es una potencia
física; ¡no veo qué moralidad puede resultar de sus efectos!
Ceder a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; es, a lo más,
un acto de prudencia. ¿En qué sentido podrá esto ser un acto
de deber. Supongamos por un momento este pretendido derecho. Yo afirmo que no
resulta de él mismo un galimatías inexplicable; porque desde el
momento en que es la fuerza la que hace el derecho, el efecto cambia con la
causa: toda fuerza que sobrepasa a la primera sucede a su derecho. Desde el
momento en que se puede desobedecer impunemente, se hace legítimamente;
y puesto que el más fuerte tiene siempre razón, no se trata sino
de hacer de modo que se sea el más fuerte. Ahora bien; ¿qué
es un derecho que perece cuando la fuerza cesa? Si es preciso obedecer por la
fuerza, no se necesita obedecer por deber, y si no se está forzado a
obedecer, no se está obligado. Se ve, pues, que esta palabra el
derecho no añade nada a la fuerza; no signfica nada
absolutamente.
Obedeced al poder. Si esto quiere decir ceded a la fuerza, el precepto es
bueno, pero superfluo, y contesto que no será violado jamás.
Todo poder viene de Dios, lo confieso; pero toda enfermedad viene
también de Él; ¿quiére esto decir que esté
prohibido llamar al médico? Si un ladrón me sorprende en el
recodo de un bosque, es preciso entregar la bolsa a la fuerza; pero si yo
pudiera sustraerla, ;estoy, en conciencia, obligado a darla? Porque, en
último término, la pistola que tiene es también un
poder.
Convengamos, pues, que fuerza no constituye derecho, y, que no se está
obligado a obedecer sino a los poderes legítimos. De este modo, mi
primitiva pregunta renace de continuo.