Reduzcamos todo este balance a términos fáciles de comparar: lo
que el hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho
ilimitado a todo cuanto le apetece y puede alcanzar: lo que gana es la libertad
civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no equivocarse en estas
complicaciones es preciso distinguir la libertad natural, que no tiene
más límite que las fuerzas del individuo, de la libertad civil,
que está limitada por la voluntad general, y la posesión, que no
es sino el efecto de la fuerza o el derecho del primer ocupante, de la
propiedad, que no puede fundarse sino sobre un título positivo.
Según lo que precede, se podría agregar a lo adquirido por el
estado civil la libertad moral, la única que verdaderamente hace al
hombre dueño de sí mismo, porque el impulso exclusivo del apetito
es esclavitud, y la obediencia a la ley que se ha prescrito es la libertad; mas
ya he dicho demasiado sobre este particular y sobre el sentido
filosófico de la palabra libertad, que no es aquí nú
tema.