Ranking de la Universidades en America Latina y del Mundo

Ranking de la Universidades en America Latina y del Mundo

¿Las peores universidades del mundo? 

Un ranking de las mejores doscientas universidades del mundo realizado por el suplemento educativo del periódico británico The Times les dio una pésima nota a las universidades latinoamericanas:. algún el estudio, hay una sola universidad de la región que merece es en esa lista.

Y está casi al final: en el puesto 195.

¿Son tan malas A universidades latinoamericanas?, me pregunté cuando leí el estudio ¿Nos están contando cuentos de hadas quienes dicen que nuestros académicos y científicos triunfan en los Estados Unidos y Europa? .

¿O es que el ranking de The Times de Londres está sesgado a favor de universidades de los países ricos?

Según el listado de The Times, las mejores universidades del mundo están en los Estados Unidos, encabezadas por Harvard, la universidad de California en Berkeley y el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

De las veinte mejores universidades del planeta, son de los Estados Unidos, y les siguen las de Europa, Australia, Japón. China, India e Israel.

La única universidad latinoamericana que aparece en la lista es la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) un monstruo de 269.000 estudiantes que —salvo unas pocas excepciones, como sus escuelas de Medicina e Ingeniería— se encuentra entre las más obsoletas del mundo, especialmente si se tienen en cuenta enormes recursos estatales que recibe.

Cuando hice un programa de televisión con varios rectores universidades latinoamericanas para que opinaran sobre este ranking la mayoría puso el grito en el cielo.

¡No es cierto!, decían varios, calumnias!.

Si nuestras universidades fueran tan malas, no tendría tantos profesores en Harvard, Stanford o La Sorbona, proclamaban que el sondeo del Times era sesgado, decían: probablemente quienes lo habían hecho se basaron en opiniones de académicos de los Estados Unidos y Europa, y en trabajos científicos publicados en las principales revistas académicas internacionales, que están escritas en inglés.

Ahí, las universidades latinoamericanas estaban en clara desventaja, señalaban.

Uno de los pocos que dio la nota discordante fue Jeffrey Puryear, uno de los máximos expertos internacionales en temas de educación en América latina, y funcionario del Diálogo Interamericano, un centro de estudios en Washington D.C.

“No me extrañan para nada los resultados generales del sondeo”, dijo Puryear, encogiéndose de hombros, ante la mirada atónita de algunos de los panelistas.

“Gran parte de las universidades latinoamericanas son estatales, y los gobiernos no les exigen mucho en materia de control de calidad. Y cuando intentan exigirles calidad, las universidades se resisten escudándose en el principio de la autonomía universitaria”, agregó.

Cuando llamé a The Times para preguntar cómo se había hecho el ranking, los responsables del índice me dijeron que se habían basado en cinco criterios, incluyendo una encuesta entre académicos de 88 países, un conteo del número de citas en publicaciones académicas, y la relación numérica entre profesores y estudiantes en cada centro de estudios.

Sin embargo, el peso de las citas académicas en la evaluación total era relativamente pequeño: contaban un 20 por ciento del total.

Y también había una adecuada representación geográfica, según The Times: de 1.300 académicos entrevistados, casi trescientos eran de América latina.

Si la encuesta hubiese incluido más académicos de países en desarrollo, los resultados hubieran sido parecidos, agregaron: la Universidad de Shanghai había hecho un ranking de las mejores quinientas universidades del mundo, y su elección de las primeras doscientas había sido bastante parecida.

En efecto, la Universidad Jiao Tong de Shanghai, una de las más antiguas y prominentes de China, había publicado su índice en 2004 con el objeto de orientar al gobierno y las universidades chinas sobre dónde enviar a sus estudiantes más brillantes.

Los chinos habían hecho su ranking basados en el número de premios Nobel de cada universidad, la cantidad de investigadores más citados en publicaciones académicas y la calidad de la educación en relación con el tamaño de cada universidad.

Y el estudio había concluido que de las diez mejores universidades del mundo, ocho eran de los Estados Unidos —encabezadas por Harvard y Stanford— y dos de Gran Bretaña.

En la lista de la Universidad de Jiao Tong había relativamente pocas fuera de los Estados Unidos y Europa: apenas 9 en China, 8 en Corea del Sur, 5 en Hong Kong, 5 en Taiwan, 4 en Sudáfrica, 4 en Brasil, 1 en México, 1 en Chile y 1 en la Argentina.

Y las latinoamericanas estaban lejos de los primeros puestos: la UNAM, de México, y la Universidad de Sáo Paulo, de Brasil, estaban empatadas con otras que ocupaban los puestos 153 a 201, mientras que la Universidad de Buenos Aires (UBA) estaba entre las cien empatadas entre los puestos 202 y 301, y la Universidad de Chile, la Universidad Estatal de Campinas y la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil, aparecían junto con casi un centenar de otras universidades entre los puestos 302 y 403”.

Lo cierto es que tanto el ranking de The Times como el de la Universidad de Shanghai mostraban que los gobiernos de América latina viven en la negación.

La UNAM, que recibe del Estado mexicano 1.500 millones de dólares por año, y la UBA, que recibe del Estado argentino 165 millones de dólares anuales, 12 son ejemplos escandalosos de falta de rendición de cuentas al país.

Ambas se niegan a ser evaluadas por los mecanismos de acreditación de sus respectivos Ministerios de Educación, bajo el pretexto de que son demasiado prestigiosas para someterse a un estudio comparativo con otras universidades de su propio país.

“La UNAM es una institución cerrada a la evaluación externa”, me dijo Reyes Tamés Guerra, el secretario de Educación de México, en una entrevista.

“Prácticamente todas las universidades públicas del país se han sometido a la evaluación externa, menos la UNAM.”’

Y en una entrevista en la Argentina, el ministro de Educación Daniel Filmus me decía lo mismo sobre la UBA: “Cuando empezamos a acreditar a las universidades, la UBA decidió no acreditar.

Apeló (en los tribunales).

El argumento es que tiene un nivel tal que no hay quién la acredite, y que atenta contra la autonomía universitaria que un organismo externo a la universidad la acredite.

Hicieron un juicio contra el Ministerio de Educación”  

Profesores sin sueldo, aulas sin computadoras

La UNAM de México y la UBA de la Argentina son dos vacas sagradas en sus países, que pocos se atreven a criticar, a pesar de que son monumentos a la ineficiencia, y una receta para el subdesarrollo.

Cuando se publicó el sondeo de The Times de Londres, por ejemplo, la mayoría de los periódicos mexicanos publicó la noticia —tomada de los jubilosos boletines de prensa de la UNAM— como si la evaluación hubiera sido excelente.

El titular en la primera plana del Reforma, el periódico más influyente de México, decía: “Está la UNAM entre las doscientas mejores” y “La Universidad Nacional Autónoma de México es una de las doscientas mejores del mundo y es la única institución de educación superior latinoamericana en un estudio realizado por el suplemento especializado en educación superior del diario londinense The Times”, decía el artículo. Y el rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, salió a dar entrevistas radiales como si hubiera ganado una competencia deportiva. De manera similar, cuando se dio a conocer el ranking de la Universidad de Shanghai, otro periódico mexicano,

La Jornada, tituló: “La UNAM, la mejor universidad de América latina:estudio mundial”.’

El subtítulo decía que “ninguna institución de nivel superior privada figura en el ranking internacional”, omitiendo señalar que ninguna universidad privada estaba recibiendo un enorme subsidio estatal.

De hecho, la pobre ubicación de la UNAM en ambos rankings —a pesar de recibir mucho más dinero del Estado que docenas de universidades de otros países que salieron mejor posicionadas— y la ausencia de otras universidades de América latina en el listado deberían haber generado un debate nacional y regional.

En Francia, cuando se conoció que el estudio de la Universidad de Shanghai incluía sólo veintidós universidades francesas entre las mejores del mundo, y que la primera estaba en el lugar número 65, se armó una batahola, y motivó que la Unión Europea iniciara una investigación exhaustiva sobre cómo mejorar el nivel de sus universidades.

Según todos los estudios comparativos, los países latinoamericanos invierten menos en Educación que los de Europa y Asia.

Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia e Israel, por ejemplo, destinan alrededor del 7 por ciento de su producto bruto anual a la educación.

Los países de la ex Europa del Este invierten alrededor del 5. Comparativamente, México destina el 4,4; Chile el 4,2; Argentina el 4; Perú el 3,3; Colombia el 2,5 y Guatemala, el 1,7. “Y no sólo gastamos menos, sino que la gastamos mal”, me dijo Juan José Llach, un ex ministro de Educación de la Argentina.

Según Llach, casi la totalidad del gasto educativo de muchos países de la región se destina a pagar salarios, y ni siquiera del personal docente, sino del personal de mantenimiento y del administrativo.

Según un estudio del Banco Mundial, el 90 por ciento del gasto público en las universidades de Brasil es para pagar sueldos de personal actual y jubilado, y en la Argentina la cifra es del 80 por ciento Como resultado, el sistema universitario latinoamericano padece de “baja calidad”, con universidades sobrepobladas. edificios deteriorados, carencia de equipos, materiales de instrucción obsoletos e insuficiente capacitación y dedicación de los profesores.

El estudio señala que mientras en Gran Bretaña el 40 por ciento de los profesores universitarios tienen doctorados, en Brasil la cifra es del 30, en la Argentina y Chile del 12, en Venezuela del 6, en México del 3 y en Colombia del 2.

Increíblemente, casi el 40 por ciento de los profesores de la Universidad de Buenos Aires son ad honorem: trabajan gratis, porque la universidad más prestigiosa de la Argentina no puede pagarles un sueldo.

Según el censo docente de la UBA, hay 11.003 profesores que trabajan gratis en sus trece facultades, la mayoría de ellos alumnos recién graduados que enseñan bajo la denominación de “profesores auxiliares”.  

¿Hay que subsidiar a los ricos? 

Claro, se estarán diciendo muchos, Noruega y Suecia pueden destinar el 7 por ciento de su producto bruto a la educación porque no tienen gente que se muere de hambre. Sin embargo, muchos otros países que han elevado enormemente su calidad de vida en las últimas décadas no lo hicieron desviando fondos estatales de la lucha contra la pobreza, sino haciendo que los estudiantes de clase media y alta paguen por sus estudios, ya sea durante o después de los mismos. América latina, en efecto, es una de las últimas regiones del mundo donde todavía hay países en los que se subsidia el estudio de quienes pueden pagar. Se trata de un sistema absurdo por el cual toda la sociedad —incluidos los pobres— subsidia a un número nada despreciable de estudiantes pudientes. Según el Banco Mundial, más del 30 por ciento de los estudiantes en las universidades estatales de México! Brasil, Colombia, Chile, Venezuela y la Argentina pertenecen al 20 por ciento más rico de la sociedad.21 “La educación universitaria en América latina sigue siendo altamente elitista, y la mayor parte de los estudiantes provienen de los segmentos más adinerados de la sociedad”, dice el informe. En Brasil, un 70 por ciento de los estudiantes universitarios pertenecen al 20 por ciento más rico de la sociedad, mientras que sólo el 3 por ciento del cuerpo estudiantil está compuesto por jóvenes que vienen de los sectores más pobres. En México, el 60 por ciento de la población estudiantil universitaria proviene del 20 por ciento más rico de la sociedad, y en la Argentina, el 32. Otro estudio, de la Unesco, calcula que el 80 por ciento de los estudiantes universitarios brasileños, el 70 de los mexicanos y el 60 de los argentinos vienen de los sectores más ricos de la sociedad. ¿Cómo se explica eso? Los autores del estudio dicen que la razón es muy sencilla: los estudiantes de origen humilde que fueron a escuelas públicas llegan tan mal preparados a la universidad que la mayoría abandona sus estudios al poco tiempo de empezar. Eso lleva a una situación paradójica, en la que los ricos están sobre representados en las universidades gratuitas, por lo que el sistema “constituye una receta para aumentar la desigualdad”, concluye el informe del Banco Mundial. En nombre de la igualdad social, se está excluyendo a los pobres, al no darles la posibilidad de recibir becas.

En años recientes, casi todos los países europeos dejaron atrás la educación universitaria gratuita, para cobrarles a quienes pueden pagar.

Las universidades estatales de Gran Bretaña comenzaron a cobrar a sus estudiantes en 1997. En España, los estudiantes en todas las universidades públicas pagan unos 550 dólares por año, menos quienes vienen de hogares pobres, o familias con más de tres hijos. María Jesús San Segundo, la ministra de Educación del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, me señaló en una entrevista que el número de universitarios que no pagan aranceles en su país es de “cerca de un 40 por ciento”.

Y los pagos del restante 60 por ciento de los estudiantes de clases medias y altas contribuyen a cubrir un nada despreciable 15 por ciento del presupuesto universitario.

La tendencia europea es hacia el pago de los estudios. Según me dijo la ministra, casi todos los países europeos financian alrededor del 20 por ciento de su presupuesto universitario con aranceles que cobran a los estudiantes.

En Alemania, luego de una larga batalla legal, la Corte Suprema autorizó a todas las universidades a cobrarles a sus alumnos, algo que ya venían haciendo algunas de ellas en varios estados.

En algunos países latinoamericanos ya se comenzó a corregir el subsidio a los ricos: Chile, Colombia, Ecuador, Jamaica y Costa Rica tienen sistemas por los cuales los estudiantes que pueden pagar deben hacerlo.

Pero cuando la UNAM intentó introducir un sistema parecido en México en 1999, durante el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, tuvo lugar una huelga estudiantil que paralizó la universidad y obligó a las autoridades a dar marcha atrás. Cuando asumió Fox, ni el gobierno ni las autoridades universitarias se animaron a reflotar el tema. 

En China comunista, los estudiantes pagan: 

Para mi enorme sorpresa, me encontré que hasta en la China comunista los estudiantes universitarios tienen que pagar sus estudios, y contribuir de esa manera a subsidiar el aprendizaje de los más pobres y a mejorar el nivel de las universidades.

Eso ayuda a explicar el motivo por el cual, según el ranking de The Times de Londres, la Universidad de Beijing está en el puesto 17 a nivel mundial, la de Hong Kong en el 39 y la de Tsing Hua en el puesto 61, muy por encima del puesto 195 en el que aparece la UNAM.

Y no es, como uno podría suponer, porque los chinos les están otorgando más dinero a sus universidades públicas. Todo lo contrario: el gobierno chino gasta apenas el 2,1 por ciento del producto bruto nacional en la educación, menos que casi todos los países latinoamericanos, según las cifras del PNUD.

Las 1.552 universidades chinas se han modernizado en parte gracias a los pagos de aranceles de sus estudiantes, según me explicaron funcionarios chinos.

Cuando visité el Ministerio de Educación en Beijing y entrevisté a varios de sus funcionarios, lo que más me sorprendió fue que los pagos que hacen los estudiantes universitarios a sus centros de estudios no tienen nada de simbólico.

Al contrario, desde que se terminó con la educación universal gratuita en 1996, las cuotas de los estudiantes que están en condiciones de pagar han aumentado progresivamente.

Zhu Muju, una alta funcionaria del Ministerio, me dijo que “al principio se cobraba el equivalente a 25 dólares por año por alumno.

Pero la cifra ha crecido a entre 500 y 600 dólares anuales.

Es mucho dinero para los estudiantes, pero las matrículas constituyen una parte considerable de los ingresos de las universidades”.

De hecho, en 2003, las universidades chinas se financiaron en un 65 por ciento con fondos del Estado, y en un 35 por ciento con las cuotas que pagan sus alumnos, según cifras oficiales.

¿Pero eso no iba contra todos los principios de la izquierda en todo el mundo?, pregunté.

La funcionaria me miró extrañada, y explicó: “China es un país con enormes necesidades educativas que el gobierno no puede satisfacer.

No podemos ofrecer educación gratuita.

Creo que el sistema actual es bueno: promueve el desarrollo de la educación y es un estímulo para que los estudiantes se tomen su estudio más en serio y estudien máS fuerte”.

“Sólo los estudiantes más pobres, la mayoría de ellos en zonas rurales, no pagan por sus estudios, y en muchos casos reciben subsidios adicionales para poder estudiar sin necesidad de trabajar al mismo tiempo”, agregó Zhu.

Qué ironía, pensé. Mientras los sectores mas retrógrados de América latina seguían defendiendo la educación universitaria gratuita, y las universidades latinoamericanas tenían cada vez menos dinero para comprar computadoras o pagarles a sus profesores, la mayor potencia comunista del mundo estaba cobrando aranceles a millones de estudiantes, y logrando colocar a sus universidades entre las mejores del planeta.

¿Por qué la vieja guardia de la izquierda latinoamericana seguía insistiendo en la educación gratuita para todos, incluso los ricos, cuando ni los chinos comunistas lo hacían?.

Unos lo hacían por dogmatismo, otros por ignorancia, y otros por considerar que, dados los niveles de corrupción en América latina, el sistema de cobrarles a los ricos para becar a los pobres nunca funcionaría.

Según este argumento, la burocracia del sistema educativo se encargaría de robarse una buena parle del dinero, y el resultado final sería que los pobres se quedarían sin educación gratuita y sin becas.

Teóricamente, el argumento tiene cierto mérito, pero se desmorona ante el hecho de que en China hay tanta o más corrupción que en América latina, y que, en el estado calamitoso en que se encuentran las universidades latinoamericanas ahora, están perdiendo ricos y pobres por igual.

En lugar de tener escuelas ricas para estudiantes pobres, tenemos un sistema de escuelas pobres que subvencionan a estudiantes ricos.

¿Habría que instituir de inmediato la universidad paga en países como la Argentina y México?.

Probablemente sería un golpe demasiado fuerte para los sectores medios, que en muchos países han sido los más castigados por recientes crisis económicas.

Pero existen alternativas intermedias, que ayudarían enormemente a aumentar el presupuesto de las universidades y a becar a los pobres.

Lo mejor, según deduje después de entrevistar a docenas de educadores, sería adoptar sistemas mixtos, como el de Australia, donde los jóvenes pueden estudiar gratuitamente, pero deben pagar una vez que se gradúan y obtienen empleos bien remunerados.

Las universidades australianas se nutren en un 40 por ciento del presupuesto estatal, otro 40 de los pagos que hacen los graduados una vez que alcanzan un cierto nivel de salarios, y el 20 por ciento restante de la venta de servicios al sector privado.

Es un sistema mucho más generoso para los estudiantes que el chino o el estadounidense, pero que podría contribuir en mucho a mejorar la calidad y la igualdad social en las universidades latinoamericanas. 

Entran casi todos, pero terminan pocos

Otro de los grandes absurdos de algunas de las grandes universidades estatales latinoamericanas, que hace mucho se abandonó en China, es el ingreso irrestricto, y la falta de controles para impedir que haya estudiantes eternos.

Bajo la premisa de que todos tienen derecho a estudiar, muchas de las grandes universidades de México, Brasil y la Argentina están garantizando que casi nadie pueda estudiar bien.

Con los pocos recursos que tienen, están manteniendo una enorme cantidad de estudiantes que nunca terminan de recibirse.

En la Argentina sólo egresan dos de cada diez estudiantes que entran en las universidades estatales.

Eso significa que, en el sistema universitario argentino, de casi 1,5 millones de estudiantes, los contribuyentes están manteniendo a cientos de miles que nunca van a terminar sus estudios.

En México hay unos 1,8 millones de estudiantes de licenciatura, pero se terminan titulando apenas poco más del 30 por ciento de los que ingresan anualmente.

En Chile y Colombia, que tienen cupos para entrar en las universidades, la eficiencia universitaria es algo superior: se reciben entre tres y cuatro de cada diez estudiantes que entran en las universidades estatales.

En China existe un examen de ingreso obligatorio para todas las universidades, que dura dos días y es rendido anualmente por más de 6 millones de estudiantes.

Y no es un examen fácil: un 40 por ciento de los aspirantes son reprobados, según el Ministerio de Educación.

La competencia para entrar en las mejores universidades es durísima.

Poco antes de mi visita a China, había explotado un escándalo de corrupción tras la revelación del programa televisivo “Focus TV”, de la Cadena Central de Televisión China (CCTV), de que tres empleados de la Universidad de Aeronáutica y Astronáutica de Beijing habían extorsionado a varios estudiantes, exigiéndoles el equivalente de 12 mil dólares a cada uno para ingresar en la universidad.

La CCTV había grabado las conversaciones telefónicas, y el caso había terminado en condenas judiciales.

Según la agencia de noticias oficial Xinhua, no se trataba de un hecho aislado. Pocos meses antes, funcionarios del Conservatorio de Música Xian, en la provincia norteña de Shaanxi, habían exigido sobornos de 3.620 dólares por cada estudiante admitido.

El escándalo salió a la luz cuando algunos estudiantes se negaron a pagar y avisaron a las autoridades. “Algunos críticos aseguran que estos incidentes representan la punta del iceberg”, reconoció luego el periódico gubernamental China Daily Obviamente, todos estos incidentes ilustraban el extremo al que llegaba la competencia entre los jóvenes chinos para entrar en las universidades.

Aunque las universidades chinas admiten en su conjunto un promedio del 60 por ciento de los estudiantes que dan el examen de ingreso, los porcentajes de quienes logran entrar en las mejores universidades del país son del 10 o el 20 por ciento.

En México, en cambio, la universidad más grande del país —la UNAM— admite a un 85 por ciento de sus alumnos sin examen de ingreso, según estimaciones de Julio Rubio, el subsecretario de Educación Superior de México.

La UNAM les concede un “pase automático” a todos los estudiantes de la escuela secundaria de su red escolar, lo que hace que muchos estudiantes vayan a estas escuelas para no tener que rendir un examen de ingreso. “Ese ha hecho caer la calidad de la UNAM,” me dijo Rubio en una entrevista.

Comparativamente, unas 428 universidades públicas y privadas d México ya están aplicando un examen de ingreso común.

En la Argentina pasa otro tanto.

Cuando le pregunté a Filmus, e ministro de Educación, por qué no existe un examen de ingreso a la UBA, me señaló que en países con alta desigualdad social, como la Argentina, un examen de ese tipo sería socialmente injusto. Los jóvenes salen de la escuela secundaria mal preparados, y someterlos a un examen de ingreso equivaldría a premiar a quienes fueron a escuelas secundarias privadas.

Por eso hay un curso de ingreso básico, en el que si el joven aprueba seis materias, entra en la universidad, explicó. Filmus agregó que, en la práctica, el curso de ingreso es un filtro: el 50 por ciento de los alumnos no aprueba las seis materias, y por lo tanto no ingresa en la universidad.

“En la práctica, tenes seis exámenes de ingreso, o ninguno, según cómo lo quieras mirar”, concluyó. Puede ser, pero la mayoría de los expertos internacionales en políticas educativas coinciden en que sería muchísimo más provechoso que el Estado destinara esos recursos a las escuelas primarias y secundarias, y evitara el hacinamiento universitario, pues el 80 por ciento de los estudiantes no llegan a recibirse. 

El auge de los estudiantes extranjeros

China, al igual que India, está creando una élite científico-técnica globalizada, capaz de competir con los grandes países industrializados. Y lo está haciendo no sólo al modernizar sus casas de altos estudios, sino al enviar a una enorme masa de estudiantes a las mejores casas de altos estudios de los Estados Unidos y Europa.

No sólo China e India lo están haciendo: hay una avalancha de estudiantes de Corea del Sur, Japón, Singapur y otros países asiáticos en las universidades estadounidenses y europeas. Mientras tanto, el número de estudiantes latinoamericanos permanece estancado o tiende a la baja.

En los Estados Unidos, la mayor parte de los 572 mil estudiante universitarios extranjeros son de países asiáticos.

En total, hay 325 mil estudiantes de ese origen en las universidades norteamericanas, comparados con 68 mil latinoamericanos.

El país con más universitarios en los Estados Unidos es India, con 80 mil estudiantes, seguido por China, Col 62 mil, Corea del Sur, con 52 mil, y Japón, con 46 mil. O sea que China por sí sola, tiene casi tantos estudiantes en Estados Unidos como todo los países de América latina juntos.

México tiene apenas 13 mil estudiantes universitarios en los Estados Unidos, Brasil y Colombia unos 8 mil cada uno, la Argentina 3.600 y Perú 3.400. Y la tendencia es a una brecha cada vez mayor: mientras que India y China aumentaron en 13 y 11 por ciento, respectivamente, sus estudiantes en universidades estadounidenses en 2003, el número de latinoamericanos permaneció estancado, y el de sudamericanos cayó.

Contrariamente a lo que yo creía, la avalancha de estudiantes extranjeros asiáticos no es resultado de becas gubernamentales de sus países de origen.

Cuando les pregunté a los directivos del Instituto de Educación Internacional (IEI) en Nueva York a qué se debe el extraordinario aumento de estudiantes de India y China, me respondieron que es en gran medida por el auge de la inversión en educación de parte de las familias asiáticas. Allan E. Goodman, el presidente del IEI, una organización no gubernamental que promueve mayores intercambios estudiantiles internacionales, me dijo que “la globalización está creando una clase media muy grande en India y China, y de personas que valoran mucho la educación. La gente allí está dispuesta a hacer un gran esfuerzo financiero para invertir en la educación de sus hijos”.

Según Goodman, sólo el 2,5 por ciento de los estudiantes universitarios extranjeros en los Estados Unidos tienen becas de sus respectivos gobiernos o universidades, y los estudiantes asiáticos no son la excepción a la regla 32.

Todo esto no es una buena noticia para América latina.

Significa que los asiáticos están creando una clase política y empresarial más globalizada que los países latinoamericanos, lo que les dará mayores ventajas en el mundo de los negocios, las ciencias y la tecnología.

Si el consenso entre los académicos de todo el mundo es que los Estados Unidos y Europa tienen las mejores universidades, como lo dicen los rankings de The Times de Londres y la Universidad de Shanghai, no hay que ser un futurólogo para sospechar que —en la era de la economía del conocimiento— quienes se gradúen allí saldrán mejor preparados y tendrán mejores conexiones personales y culturales con los países industrializados. 

Sobran psicólogos, faltan ingenieros 

Por increíble que parezca, en la UNAM se gradúan quince veces mas psicólogos que ingenieros petroleros por año.

Efectivamente, en un país donde el petróleo continúa siendo una importante industria, UNAM produce unos 620 egresados con licenciatura en Psicología,  en Sociología y sólo 40 en Ingeniería Petrolera por año.

Y México dista de ser un caso aislado. En la UBA, de la Argentina, se reciben 2.400 abogados por año, 1.300 psicólogos, y apenas 240 ingenieros y 173 licenciados en Ciencias Agropecuarias.

El Estado está produciendo cinco veces más psicólogos que ingenieros. Si examinamos la población estudiantil en general, y no sólo los egresados, los datos son más asombrosos aún: en el momento de escribirse estas líneas, en la UNAM ha 6.485 estudiantes de Filosofía y Letras, y apenas 343 estudiando Ciencias de la Computación.

En total, el 80 por ciento de los 269 mil estudiantes de la UNAM están siguiendo carreras de Ciencias Sociales Humanidades, Artes y Medicina, mientras que sólo el 20 por ciento estudia Ingeniería, Física o Matemática.

En muchos casos, la falta d conexión entre los programas educativos y las necesidades del merca do laboral hace que las grandes universidades estén produciendo legiones de profesionales desempleados.

Un estudio de la Asociación Nacional de Universidades Mexicanas e Instituciones de Educación Superior (ANUES) advierte que si México no hace algo para corregir si sobreproducción de graduados universitarios sin potencial de trabajo se encontrará muy pronto con 1,5 millones de profesionales desemplea. dos. “Esto podría generar un problema social sin precedentes”, dice e estudio.

En la Argentina, el 40 por ciento de los 152 mil estudiantes de la UBA está matriculado en Ciencias Sociales, Psicología y Filosofía, mientras que sólo el 3 por ciento estudia carreras relacionadas con la computación, Física y Matemática.

En estos momentos, hay unos 27 mil estudiantes de Psicología en la UBA, contra apenas 6 mil que cursan Ingeniería.

“En la Argentina, hasta el año 2003, se graduaban sólo 3 ingenieros textiles por año”, me comentó el ministro Fimus, con horror. En las universidades más grandes de Brasil, el 52 por ciento de los estudiantes está matriculado en Ciencias Sociales y Humanidades, mientras que sólo el 17 estudia Ingeniería, Física y Matemática, según el Ministerio de Educación.

“En vez de invertir tanto en formar más abogados, los gobiernos latinoamericanos deberían invertir en la creación de escuelas intermedias e institutos técnicos”, dice Eduardo Cámarra, profesor de Ciencia Política y director del Centro de Latinoamérica y el Caribe de la Universidad Internacional de La Florida.

“Las economías latinoamericanas van hacia industrias con mayores requerimientos tecnológicos, para producir exportaciones de mayor valor agregado. Necesitan mas técnicos y menos licenciados en Ciencia Política”. 

La UNAM: modelo de ineficiencia: 

El rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, se fue por la tangente cuando le pregunté en una entrevista televisiva si no le parecía absurdo que su universidad estuviera creando tantos filósofos y tan pocos ingenieros.

“Mire, Andrés, lo primero que me gustaría puntualizar es que la UNAM realiza el 5O por ciento de toda la investigación que se hace en México. La UNAM ha venido desde hace muchísimos años impulsando el desarrollo de la investigación científica, que en México se hace fundamentalmente en universidades públicas”, dijo el rector.

¿Cómo no va a ser así, si el Estado mexicano —o sea, los contribuyentes— otorga 1.500 millones de dólares anuales a la universidad?, pensaba yo, mientras lo dejaba hablar.

¿Cómo no va a ser así, cuando la UNAM se lleva el 30 por ciento del presupuesto nacional para educación superior, que cubre las 99 universidades públicas del país? ¿Y cuánto de ese dinero queda para dar una educación adecuada a los estudiantes de la universidad? De la Fuente continuó hablando sin parar.

“Creo que el problema radica fundamentalmente en que no ha habido en México una política de Estado con una visión de mediano y de largo plazo que nos hubiese permitido, como ocurrió en algunos de los países de la cuenca del Pacífico, tener un desarrollo que hubiera resultado mucho más fructífero”, dijo.

“No le está usted pasando la pelota al Estado?”, le pregunté, luego de varios intentos vanos por hacer una pregunta.

“A No es responsabilidad de la universidad complementar los ingresos que recibe del Estado con otras fuentes de financiamiento? Porque, fíjese, por ejemplo, el número de científicos e ingenieros por millón de habitantes en varios países: Finlandia tiene 5 mil científicos e ingenieros por millón de habitantes, la Argentina 713, Chile 370, y México solamente 225. O sea, menos que nadie.”

“La inmensa mayoría formados en la UNAM”, respondió el rector.

Acto seguido, le pasó la pelota nuevamente al Estado. “Está faltando en México una política de Estado, para que puedan concurrir universidades, sector privado y el propio Estado, que no debe eludir responsabilidad.

Porque una sola institución, insisto, por más que tenga un compromiso como lo ha tenido la UNAM con la ciencia, es imposible que pueda ser el detonante de todo el desarrollo.

Se necesita, Andrés, una visión de mediano y de largo plazo, porque la inversión en ciencia no es una inversión rentable de inmediato. Estamos metidos todo el tiempo en la coyuntura.”

Hummm. Quizá De la Fuente no tenía el respaldo del gobierno para hacer reformas profundas, o quizá no tenía la valentía intelectual, para hacerlas, o quizá ni siquiera era consciente de la necesidad ¿hacerlas, pero lo cierto es que el rector de la UNAM estaba —como mayoría de sus colegas— desviando responsabilidades.

Que la UNAM estaba recibiendo 1.500 millones de dólares anuales para enseñar a 26 mil estudiantes, mientras que Harvard estaba recibiendo 2.6 millones para enseñar a apenas 20 mil estudiantes.

¿Por qué Harvard tiene tantos recursos más? Porque mientras la UNAM pide más dinero al Estado, Harvard recauda generosas donaciones de sus ex alumnos, cobra a los estudiantes que pueden pagar y firma millonarios contrate de investigación con el sector privado y el Estado, que favorecen a todas las partes.

Lo cierto era que la UNAM es ineficiente por donde se la mire. Decenas de miles de sus estudiantes transcurren siete o más años en sus aulas, aumentando enormemente los costos de la enseñanza.

El ex regente de Ciudad de México, López Obrador, por ejemplo, transcurrió nada menos que catorce años en la UNAM, según reportó el periódico Reforma basado en documentos de la universidad Y la negativa de la universidad a someter sus carreras a una evaluación externa, como la mayoría tiene las demás universidades mexicanas, es escandalosa.

Según me explicaron funcionarios de la Secretaría de Educación es ni resultado de la huelga estudiantil de 1999. “Al final de la huelga, uno de los acuerdos fue que la UNAM rompió relaciones con el (instituto acreditador) CENEVAL bajo el argumento de que es un organismo neoliberal vinculado a empresas privadas”, explicó Rubio el subsecretario de Educación.

En 2005, el 66 por ciento de las universidades públicas y privadas de México, incluyendo el Tecnológico de Monterrey y la Universidad del Valle de México, ya habían aceptado ser evaluadas por la CENEVAL.

Incluso dentro de la UNAM, la negativa a la evaluación externa causó tanto rechazo en ciertos sectores, que algunas de las carreras más prestigiosas de la universidad —como Ingeniería— se rebelaron contra la mediocridad de las autoridades centrales y pidieron someterse a la evaluación externa.

Otras, como Medicina, lo que hicieron a la fuerza, porque el gobierno dictó una norma oficial exigiendo estudiantes de esa carrera se formaran en escuelas acredita asegurar que no se estuvieran graduando médicos improvisados.

Pero en la tabla de universidades mexicanas con carreras acreditada por el organismo independiente autorizado por la Secretaría de Educación en 2005, la UNAM estaba al final de la lista: mientras que la Universidad Tecnológica de Tlaxcala tenía el 100 por ciento de sus carreras de  licenciatura acreditadas, la UNAM apenas tenía un 22 por ciento de sus carreras en esa situación.

¿Conclusión? “La UNAM figura muy alto en investigación, pero eso no se refleja en sus programas cos”, me dijo Rubio. “Desde el conflicto de 1999, la UNAM mucho su calidad y su imagen.”


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