San Martin Fue Un Soldado del Ejercito Español y Herido de Muerte

San Martín Soldado del Ejército Español - Herido de Muerte

SAN MARTÍN EN EL EJERCITO ESPAÑOL

Estando José de San Martín, en Málaga (España)  fue creciendo al lado de sus padres, y que permaneció en la ciudad hasta 1789, en que ingresó como cadete en el regimiento de Murcia.

Continuó en la plaza al estar en ella de guarnición, por lo que hubo de seguir oyendo hablar de Buenos Aires y de Uruguay, pues la unidad había estado en el Río de la Plata con la expedición de Cevallos, y varios oficiales de entonces —que tuvieron a sus órdenes a su padre— todavía pertenecían a ella.

San Martin Fue Un Soldado del Ejercito Español y Herido de Muerte

Así, pues, hasta 1790 o 1791, en que pasó a las plazas de África —como en tiempos de su padre—, el Río de la Plata tuvo que convertirse en una mítica ilusión, y más de una vez se preguntaría el joven cadete si tendría él la oportunidad de viajar también a aquella tierra lejana y de encontrar allí la posibilidad que no llegó a alcanzar el viejo capitán, que tantas veces vio la dorada amanecida de la selva.

Pero la campaña africana se cerró, con la amargura de la entrega de la plaza de Oran, cuando sus defensores —entre ellos San Martín— no se creían vencidos.

Otra vez tuvo que acudir a su memoria la entrega de la colonia del Sacramento por la paz de 1763, por cuya causa fue su padre a Buenos Aires en 1765.

En 1789, ingresó como cadete en el regimiento de Murcia.

Y tuvo que pensar en los misterios de la diplomacia y de la política, que renuncia a plazas y territorios sin saberse por qué.

Mas pudo San Martín consolarse con el futuro, con San Agustín, el santo africano, que escribió aquello de que «el justo siempre fue asimilado al árbol, da el fruto en su tiempo, no en todos los tiempos».

¿Cuál sería el suyo?

Pero entonces, otra tormenta amenazaba por la frontera pirenaica desde el inicio de la revolución parisiense; y el regimiento de Murcia fue enviado allí para formar parte del ejército de Aragón.

Allí se encontraba el regimiento al declararse la guerra a la Convención, en 1793, tras haber llegado los revolucionarios a la increíble decisión de ejecutar a su rey.

Así iba a tomar contacto San Martín con aquel acontecimiento sorprendente de la revolución y a conocer el efecto del caos, de la intolerancia religiosa y de la sangre que de ello se derivaban.

Los expatriados eran, con su sola presencia —otro hecho insólito— testimonio de la vorágine patriótica que tenían delante.

Allí, desde la base de Jaca, tomó parte San Martín en una operación de montaña sobre la venta de Brousset, basada en la sorpresa. Se le grabaría profundamente, como es lógico.

Después, el regimiento de Murcia fue transferido al ejército de Cataluña.

En el camino, al llegar a la Seo de Urgel, pudo saber San Martín que un mes antes, en junio de 1793, había sido promovido a oficial, como segundo subteniente, con sólo tres años y unos meses de cadete, cuando lo normal eran cinco años.

Con ese grado San Martín tomó parte en la entrada al Rosellón y en varias acciones victoriosas, entre otras la de Villalongue y la de Banyuls, a finales de 1793.

También le tocó pelear en las acciones defensivas del año siguiente hasta la capitulación de Collioure, desde donde su unidad era retirada a Barcelona.

Antes de cumplir un año como segundo subteniente, San Martín había ascendido a primer subteniente, grado que tenía al acordarse la paz en 1795.

La entrega de la parte española de la isla de Santo Domingo para recuperar los territorios invadidos por los franceses en España, tuvo que producirle —a San Martín y a todos los americanos— un hondo efecto.

Sin duda recordó con ello las referencias de su padre a las reiteradas devoluciones de la colonia del Sacramento, con lo que se afirmaría en su conciencia la desconfianza hacia los misterios de la diplomacia, cuando otras potencias se imponen.

Poco después le llegó a San Martín la noticia del fallecimiento de su padre en Málaga.

Tenía entonces diecinueve años el joven oficial; había asimilado muchas lecciones de técnica militar, pero su mente reflexiva también había meditado más de una vez sobre los acontecimientos turbulentos de la época, que no había hecho más que comenzar.

Las impresiones desalentadoras comenzarían, qué duda cabe, a dejar su sedimento.

Con tal predisposición hubo de comenzar San Martín su tercera campaña, interviniendo en una guerra de signo totalmente distinto.

Por un lado, como por arte de magia, el aliado era ahora nada menos que el enemigo de la víspera, es decir, la Francia revolucionaria.

Con Francia se había unido el gobierno de España en 1796, apenas concluidas las hostilidades contra ella, tras de haberse iniciado casi como una cruzada religiosa, repentinamente olvidada.

Por otro lado, San Martín se embarcaría en la fragata Santa Dorotea, de cuarenta y dos cañones, pues al regimiento de Murcia se le destinaba a reforzar la infantería de una división naval, por lo que cruzaría el Mediterráneo próximo en operaciones de persecución o defensa, frente a las unidades británicas.

En una de estas acciones, llegó la Dorotea, con otras unidades españolas, a Tolón, en mayo de 1798, cuando estaba a punto de partir la expedición a Egipto.

En tal ocasión San Martín pudo conocer a Napoleón Bonaparte en la recepción que los franceses ofrecieron a la oficialidad española.

Mas, al regresar a Cartagena, el navío inglés Lion, de setenta y dos cañones, atacó a la Dorotea, que iba a la zaga y desarbolada.

A pesar de ello se defendió durante dos horas bravamente, hasta que hubo de rendirse.

Dado el valor desplegado, los oficiales españoles fueron considerados prisioneros juramentados y transbordados a una embarcación neutral, que los devolvió a España, aunque sin posibilidad de combatir.

Había adquirido el joven oficial del regimiento de Murcia otra importante experiencia bien aleccionadora, la de la guerra naval.

UNA CURIOSAS ANÉCDOTA:

"EL PÍCARO SAN MARTÍN", AL BORDE DE LA MUERTE

Según el historiador Daniel Balmaceda, cuenta en su libro de "Espada y Corazones", que casi los argentinos no quedamos sin Padre de la Patria, porque siendo un joven teniente de 22 años al servicio del ejército español, tuvo un encuentro con grupo de bandidos en una zona boscosa y angosta, donde le exigieron que les entregue su maleta, pero este joven teniente confiado en su valor y formación militar, desenvainó su sable y en una lucha desigual los asaltantes lo hirieron en la mano y lo derribaron del caballo, para luego darle un estocada en el pecho.

Convencido de que agonizaba lo dejaron abandonado en el camino, inconsciente y perdiendo mucha sangre.

Pero tuvo la fortuna que pasara por allí el general español Francisco Negrete para que lo rescate y deposite en un convento de la zona al cuidado de una monja por varios días.

Los bandido le habían robado 3.350 reales que serian utilizados para pagar a su tropa.

Tuvo que pedir clemencia al Rey Carlos IV, excusando que se había retrasado en la aduana, el cual lo liberó de cargo y culpa, por sus intachables antecedentes como militar español.

Pero bien parece ser que la realidad había sido otra, y que el retraso se había producido por encuentro romántico con lo hizo olvidar a su novia Lola que vivía en Badajoz.

Fuente Consultada: San Martín El Libertador del Sur Demetrio Ramos Pérez

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