El Matrimonio de Catalina de Medicis y la Matanza de los Hugonotes

El Matrimonio de Catalina de Medicis: Matanza de los Hugonotes

RESUMEN BIOGRAFÍA DE CATALINA DE MÉDICIS:

Cuando nació le auguraron que sería reina y madre de tres reyes, pero debió soportar innumerables desventuras y dificultades antes de que se cumpliera la profecía.

Al llegar al trono, pudo vengar las ofensas recibidas y ejecutar con habilidad sus designios políticos, que dominaron toda una época de la historia francesa, signada por la matanza de la Noche de San Bartolomé.

La vida de Catalina, de Médicis transcurrió en el clima sofocante y peligroso de las cortes del Renacimiento italiano y francés.

Los Médicis, descendientes de campesinos, habían llegado con el correr de los años a gobernar Florencia y a convertirse en una de las familias más ricas y prestigiosas de Europa.

Hasta el trono pontificio estaba ocupado por uno de ellos, el papa Clemente VII

El nacimiento de Catalina en 1519 pasó casi inadvertido en la turbulenta Italia de esa época.

Sin embargo, sus padres, Lorenzo II y Magdalena de la Tour d'Auvergne, no dejaron de hacer echar el horóscopo de la recién nacida.

El astrólogo consultado auguró a la niña un brillante porvenir: sería reina y madre de tres reyes.

Pero al poco tiempo enfermaron y murieron sus padres, y la pequeña quedó al cuidado de algunos dé sus poderosos parientes.

En 1520 Roma es pasada a saco por las tropas del emperador Carlos V, que invaden los vastos territorios del Papa, y Clemente VII se convierte prácticamente en un prisionero.

Cuando los florentinos -descontentos con el gobierno de los últimos Médicis- supieron que el Papa estaba asediado en el Castel Sant'Angelo, se lanzaron a las calles y saquearon el palacio Médicis tras echar de Florencia a sus dueños.

La república florentina se ocupó entonces de la educación de la niña, que ingresó en el convento Della Múrate.

En varias ocasiones los enemigos de los Médicis quisieron sacar a Catalina del convento para eliminarla, pero la decisión de la niña, que había aprendido en la soledad a cuidar de sí misma y a desconfiar de los demás, desbarató todos los intentos.

El Matrimonio de Catalina de Medicis

Finalmente mejoró su suerte una vez que el papa Clemente VII llegó a un acuerdo con el emperador y le fue restituido el poder, lo que permitió a los Medicis regresar a Florencia.

El propio Papa (Julio de Médicis) se ocupó entonces de la huérfana, por quien sentía predilección.

Fue él quien en 1532 concretó con Francisco I de Francia -eterno rival del emperador Carlos V- su boda con Enrique de Valois, segundo hijo del monarca francés, aunque Catalina no era hermosa y tenía una dote muy pobre.

Catalina, que contaba catorce años cuando se casó, al ver por primera vez a quien iba a ser su esposo, se enamoró perdidamente de él.

Fue una pasión no correspondida, pues Enrique prefería prodigar sus atenciones a la encantadora Diana de Poitiers, que sin embargo le llevaba veinte años.

Humillada en su amor, Catalina se sentía extranjera en una corte que la despreciaba porque sus antepasados no eran de sangre real sino que habían sido campesinos y comerciantes.

El destino le depararía un magnífico desquite: en 1536 la muerte inesperada del Delfín, Francisco de Valois, abrió a Enrique el camino al trono; Catalina de Médicis se convertía así en la esposa del futuro rey.

REINA Y MADRE DE REYES:

Desde el momento en que Enrique se convirtió en Delfín fue necesario que su esposa diera hijos a la corona.

Pero durante los primeros diez años de matrimonio Catalina permaneció estéril.

La situación se tornaba difícil para ella, que temía ser repudiada por su esposo y buscó la protección de Francisco I y del Papa.

Debió inclusive sonreír y mostrarse amigable con la hermosa Diana, para que esta convenciese a Enrique de que jamás encontraría una esposa tan complaciente.

Diana miró a la italiana con un dejo de desprecio e ironía, pero, según preveía Catalina, no dejó de brindarle su apoyo.

Por fin en 1544 dio a luz a Francisco de Valois, el primero de siete hijos. Catalina, entregada por completo a la crianza de estos, hubo de soportar pacientemente el espectáculo que Enrique y su amante ofrecían a toda la corte.

Diana era, en realidad, la verdadera reina de Francia: el monarca ostentaba la divisa de su amada en los torneos, le regala el hermoso castillo de Chenonceau y la nombra duquesa de Valentinois.

Lúea de Guarico, un famoso adivino, recuerda a Catalina la profecía que él mismo le hiciera en 1542 anunciándole la muerte de Enrique II en una justa a la edad de cuarenta años.

Catalina, que a pesar de todo sigue amando a su marido, ruega a este que no intervenga en esa clase de competencia.

Pero Enrique no la escucha y cuando en 1559 se llevan a cabo solemnes torneos, el rey decide tomar parte en ellos.

Después de luchar con varios caballeros, Enrique se enfrenta con Jacques de Lorge, conde de Montgomery.

La concurrencia advierte que el rey se ha fatigado y prorrumpe en gritos para que se interrumpa el combate.

Pero ya es tarde: la lanza de Montgomery atraviesa el yelmo de Enrique y se hunde en su cara.

Diez días después muere el monarca como consecuencia de la herida.

Ha llegado el momento esperado por Catalina: Diana de Poitiers debe abandonar la corte por orden de la reina.

Sucede al muerto su hijo mayor, Francisco II, joven enfermizo de quince años de edad, casado con María Estuardo, la fascinante escocesa.

El nuevo gobernante, inexperto y débil, se halla tironeado entre las voluntades de Catalina -su madre- y de su esposa, que en realidad habla por boca de sus tíos, los poderosos Guisa.

TODO EL PODER A UNA MADRE

De frágil contextura física, Francisco II muere un año después de su coronación y deja el cetro a su hermano Carlos, de diez años; Catalina se convierte entonces en regente del futuro Carlos IX que ascendía al trono tres años después (en 1568).

Aunque este reinó hasta 1574, es decir, hasta bien pasada la mayoría de edad, fue siempre su madre la que tomaba las decisiones y atendía los asuntos de Estado.

Durante ese período Catalina debió hacer toda clase de esfuerzos para que la corona no cayera en manos de los ambiciosos Guisa.

El reino se hallaba dividido por cuestiones religiosas; los hugonotes encabezados por el almirante Coligny y los Borbones, se enfrentaban a los católicos, cuyos jefes más notorios eran el duque de Guisa y su hermano, el cardenal de Lorena.

Catalina se hallaba entre dos fuegos: no deseaba que predominasen los protestantes, pero tampoco le convenía perseguirlos, ya que ellos contrarrestaban el poderío de los Guisa.

No obstante, el drama se desencadena cuando el almirante sufre un atentado en el que solo es herido.

Poco después los Guisa, desvergonzadamente, lo asesinan en su casa, a la vista de todos.

Catalina se ve en una encrucijada, pero está dispuesta a todo con tal de conservar el trono para sus hijos.

Con su habilidad acostumbrada, persuade a su hijo Carlos de que fuerzas protestantes están frente a las puertas de la capital prontas a vengar a Coligny y destituir al rey.

Carlos se enfurece y, aconsejado por su madre, ordena dar muerte a todos los hugonotes.

Catalina se reúne entonces con los Guisa y arregla los detalles de la terrible matanza que la historia recuerda como la Noche de San Bartolomé: solo en París fueron asesinadas más de dos mil personas entre el 23 y 24 de agosto de 1572.

Carlos IX muere un año después y le sucede su hermano Enrique, tercer rey francés de ese nombre.

Aunque era el hijo preferido de Catalina, su naturaleza cruel y afeminada se interesaba solo por las joyas y las sedas.

No toleraba que nadie, salvo su madre, arrojase sombra sobre su poder, y Catalina, envejecida, no lo contrariaba.

La reina madre se encontraba en sus aposentos, consultaba a los astrólogos y hacía espiar a sus enemigos; pero no pudo evitar que la ambición creciente de los Guisa, que influían sobre su hijo, acabase por despertar en él el deseo de afirmar el poder real haciendo matar al duque de Guisa.

Ya era demasiado tarde para Catalina, que estaba al tanto de todo, aun enferma.

No creía, sin embargo, que su fin estuviese próximo, porque Nostradamus, el famoso mago, le había pronosticado que "la muerte la sorprendería cerca de Saint-Germain" y ella se había retirado a un lugar distante de cualquier iglesia de ese nombre.

Poco antes de expirar supo que uno de sus nuevos servidores se llamaba precisamente Julien de Saint-Germain: así la magia, las intrigas y las conspiraciones que habían jalonado toda la vida de Catalina se hallaban presentes en su lecho de muerte.

Ver: La Noche de San Bartolmé

Fuente Consultada: Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las Reinas - Elsa Felder


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