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CUENTA LA HISTORIA: Era Pigafetta,
natural de la ciudad de Venecia, en la que nació a fines del siglo XV;
su padre, de nombre Mateo, según algunos biógrafos, persona de posición,
doctor y caballero, trató de darle educación esmerada e hizo que viajase
y visitara los más importantes centros de instrucción italianos, en
aquel entonces.
Según
algunos, Pigafetta conoció a Magallanes antes de que éste ofreciera sus
servicios a España; y lo cierto es que en cuanto llegó a su noticia la
empresa que el gran navegante portugués organizaba bajo los auspicios de
España, abandonó la ciudad de los Dux y se trasladó a Barcelona, donde a
la sazón estaba Carlos V.
Habíase conseguido algunas recomendaciones
para personajes de la corte, a fin de que se le permitiera agregarse a
los expedicionarios, consiguiendo autorización para que se le admitiera
en clase de sobresaliente en una de las naos que se estaban
alistando en Sevilla, a donde marchó sin demora para reunirse con el
personal que había de formar la tripulación de la armada.
Sin que pueda sostenerse que Antonio
Pigafetta fuera "famoso en toda Europa por sus conocimientos en
filosofía, matemáticas y astrología", como supone el historiador
veneciano Marzari, no hay motivo para creerle un aventurero ignorante y
presuntuoso, como gratuitamente le califican muchos que murieron sin
haber conocido el libro en que relata su viaje en la escuadra de
Magallanes, y contiene además un tratado de navegación escrito por él;
lo que demuestra que debió poseer conocimientos no vulgares en
astronomía y náutica.
Tuvo la fortuna de ser de los pocos que
disfrutaron salud durante todo el viaje, y uno de los diez y siete que
con Sebastián del Cano llegaron a España en la Victoria, habiendo dado
La vuelta al mundo. Desde el principio de la navegación puso en práctica
la idea que concibiera antes de emprenderla, de escribir un Diario de la
misma, trabajo que había más tarde de concederle un puesto preeminente
en la historia de los grandes descubrimientos geográficos.
EL ENIGMA DE PIGAFETA:
Para un navegante que vaya de este a oeste, los días son más largos
porque sigue la dirección del Sol. Cuando cruza la línea de cambio de
día, no cambia la hora, pero debe adelanta r en un día la fecha de su
diario de a bordo.
Para un navegante que
vaya de oeste a este, los días son más cortos. Cuando cruza la línea de
cambio de día, debe retroceder en un día la fecha de su diario de a
bordo.
En 1522, Juan Sebastián
Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) con 18 de sus compañeros y
4 malayos a bordo de la nave Victoria.
Estos supervivientes de
la expedición, emprendida por Magallanes el 20 de septiembre de 1519 con
265 marinos a bordo de cinco naves, acababan de dar la primera vuelta al
mundo (en dirección oeste).
Elcano llegaba a puerto
el sábado 6 de setiembre de 1522, pero en su diario de navegación
constaba «viernes 5». Ignoraba el fenómeno del cambio de fecha.
Posteriormente, Julio Verne utilizó este detalle en su novela La vuelta
al mundo en ochenta días. El Servicio Internacional de Rotación
Terrestre, establecido en París, regula por radio las señales horarias
de todo el mundo.
También este enigma
medieval, lo explica el divulgar científico Leonardo Moledo, de
la siguiente manera:
"....[el enigma se
produjo] fue cuando regresó la expedición de Magallanes y se llevaron la
sorpresa de su vida al ver que les faltaba un día.
Y es así: el ocho de septiembre de 1522, en el puerto
de Sevilla, desembarcaron los dieciocho sobrevivientes de la expedición
que al mando de Magallanes —muerto durante el viaje— había partido tres
años antes (el 10 de agosto de 1519) con cinco naves y 250 tripulantes.
Y esos dieciocho sobrevivientes
habían dado la vuelta al mundo. Fue una hazaña monumental, que despierta
admiración no sólo por su magnitud, sinO porque se hizo sin la habitual
violencia que los “descubridores” solían ejercer sobre los pueblos
“descubiertos” y más débiles.
Ahora bien: entre los dieciocho sobrevivientes estaba Antonio Pigafetta,
cronista de la expedición que había llevado un cuidadoso
diario consignando los pormenores del viaje. Y hete aquí que al
desembarcar se encontró con que las fechas de su diario y la de España,
increíblemente, no coincidían: el día que en
España era 8 de septiembre 8 sábado, en su
diario era 7 de septiembre viernes. Pigafetta creyó que se
trataba de un error y revisó una y otra vez el diario sin encontrar falla
alguna. Al final, tuvo que rendirse a la evidencia: durante el viaje, un
día entero se había esfumado como por arte de magia.
La noticia causo
sensación en toda Europa: un día entero desaparecido! ¿Adónde se había
ido? ¿Cómo podía desaparecer un día?
Finalmente, fueron los astrónomos de la corte papal quienes aclararon el
fenómeno: explicaron que si se viaja alrededor de la Tierra hacia el oeste
se pierde forzosamente un día, del mismo modo que si se circunnavegara la
Tierra hacia el este se ganaría un día.
Y la razón es ésta: cada “día” se debe a una rotación de nuestro planeta;
si uno se mueve alrededor de la Tierra en el sentido de la rotación dará
una vuelta más, silo hace al revés (como en el caso de Pigafetta) dará una
vuelta menos.
Del mismo modo que si arriba de una calesita uno camina en
el sentido de la rotación, y da una vuelta completa, verá pasar el palo
de la sortija una vez más que quienes se quedaron quietos; y si uno camina
en sentido contrario, dando una vuelta completa, verá pasar el palo de la
sortija una vez menos.
Lo interesante es que no importa la velocidad a la que se haga el viaje,
ni lo que se tarde en hacerlo, ni el recorrido que se siga:
siempre,
al circunnavegar la Tierra, se perderá
(o se ganará) un día: uno puede hacer el trayecto que quiera, ya sea una
complicada poligonal en zigzag o ir derecho, puede hacerlo en una semana,
en tres años o en diez siglos, pero siempre perderá (o ganará) un día y
nunca más que un día al volver al punto de partida. Julio Verne se
aprovechó de este fenómeno en
La vuelta al mundo en ochenta días,
y Saint-Exupéry de alguna manera lo usa
en El principito
cuando éste relata de qué
manera en su pequeño planeta podía ver cuantas puestas de sol se le
ocurriera. Uno podría decir, pues, que el jetlag es un concepto
típicamente renacentista. Aunque esto sea forzar un poco las cosas, es
agradable remontar hasta el Renacimiento un fenómeno tan moderno. |