Suele creerse que Colón
fue el explorador europeo con más éxito y el que descubrió lo que ahora
es América del Norte. En realidad, ninguna de las dos cosas es cierta.
No encontró ni oro ni plata en grandes cantidades, y lo único que vio
del continente fue un tramo de América Central y del Sur en su cuarto y
último viaje. Pero bien, ahora hablaremos respecto a la idea que tenía
este navegante sobre la forma y medidas del Planeta.
La seguridad que mostraba Colón de que se
podía encontrar fácilmente una ruta hacia la China de Marco Polo y las
especias de la India navegando hacia el oeste a través del Atlántico se
basaba en un error de cálculo elemental.
Tras estudiar las obras de antiguos
exploradores fenicios y cartógrafos árabes, llegó a la errónea
conclusión de que la distancia entre Asia y Europa era de sólo 3.600
kilómetros (la distancia real entre España y China navegando hacia el
oeste es de unos 24.000 kilómetros). Colón tenía buenas razones para dar
a entender que la travesía sería corta, puesto que ningún patrocinador
sufragaría un viaje con un tiempo de navegación tan largo que impidiera
proporcionar suficiente comida y agua a la tripulación.
En 1492 Colón consiguió finalmente el apoyo
financiero que necesitaba. Ese mismo año los reyes españoles, Isabel y
Fernando, que con su matrimonio habían unido las coronas de Castilla y
Aragón, y este gobierno español deseaba encontrar una nueva ruta hacia
las riquezas de Oriente, no sólo para arrebatar a los mercaderes
musulmanes su dominio comercial, sino para competir con la exploración
portuguesa de la Costa Dorada de África. Ahora dos de las principales
potencias europeas, Portugal y España, compartían los mismos objetivos
estratégicos: basar su crecimiento económico en la exploración marítima
y destruir así el control que ejercían los otomanos sobre el mar
Mediterráneo.
Respecto a este tema, el divulgador
científico Leonardo Moledo, dice:
"....Colón
jamás sostuvo que la Tierra era redonda. O mejor dicho, jamás discutió
tal cosa: la polémica que enfrentó a Colón con los geógrafos de la corte
de Portugal primero y de Castilla después no tuvo nada que ver con la
redondez de la Tierra. Más aún, en esas polémicas —y también en contra
de la leyenda popular— lo que los geógrafos argüían contra Colón era
perfectamente atinado y la postura de Colón era un disparate.
Ocurre que en la época de Colón la
esfericidad de la Tierra ya era un hecho perfectamente establecido (en
el mismo año 1492 ya se hizo un globo terráqueo). Es más: no sólo todo
el mundo (o por lo menos todo el mundo ilustrado) sabía perfectamente
que la Tierra era esférica, sino que los geógrafos tenían una idea
aproximada de sus dimensiones. Y eso, desde hacía dieciséis siglos, ni
más ni menos: ya Aristóteles había establecido la redondez de la Tierra
y 230 años a. de C.
Eratóstenes de Cirene había calculado su
circunferencia en unos cuarenta mil kilómetros (cifra muy aproximada a
la verdadera). Por otra parte, el sistema astronómico de Tolomeo (siglo II), que reinó omnipotentemente hasta el siglo XVI, daba por supuesta
esa redondez; Tolomeo mismo estimó la circunferencia terrestre en 30.000
km (cifra ligeramente menor a la verdadera).
Hasta tal punto se confiaba en la redondez
de la Tierra, que en el año 1487 el rey Juan II de Portugal —y de
acuerdo con una comisión de expertos— autorizó a dos navegantes,
Fernando Dulmo y Joáo Estreito, para que navegaran hacia el oeste
intentando descubrir la isla de la Antilla. Aunque la expedición de
Dulmo y Estreito jamás regresó, sobre la redondez de la Tierra todo el
mundo estaba de acuerdo: el punto de conflicto entre Colón y los “sabios
de la época” era muy otro.
Colón basaba su idea en una estimación
completamente falsa —o por lo menos totalmente especulativa— sobre la
distancia a cubrir entre Europa y las Indias navegando hacia el oeste:
el Gran Almirante sostenía que se trataba, a lo sumo, de 4.300
kilómetros, y los geógrafos le contestaban que esa cifra era un
disparate, en lo cual estaban mucho más cerca de la verdad que Colón: la
verdadera distancia es de diecinueve mil quinientos kilómetros.
En realidad, Colón había llegado a esa cifra
(4.300 km) por métodos un tanto tortuosos. Por empezar, había un viejo
argumento teológico: la cartografía medieval aceptaba sin mayores
discusiones una afirmación del profeta Esdras: “El secó seis partes de
la Tierra”, y en consecuencia, entre los ultraortodoxos era un axioma
que la Tierra estaba compuesta por seis partes de tierra firme y sólo
una séptima parte de agua, de donde los océanos no podían ser tan
grandes y las distancias marítimas tampoco.
Por otra parte, es verdad que las
estimaciones de la circunferencia de la Tierra variaban entre las del
Atlas Catalán de 1375 —treinta y dos mil kilómetros— y las de Fra Mauro
(1459), treinta y ocho mil kilómetros, en todos los casos menores que el
tamaí~o real. También variaban las estimaciones de la extenSión del Asia
hacia el este, medida desde Portugal:
desde un mínimo cte 116 grados (según
Tolomeo) hasta 225 grados según otros cartógrafos (la verdadera es 131
grados). Obviamente, cuanto más se extendiera el Asia hacia el este, más
cerca estaría por el oeste.
Ahora bien: es posible que durante sus
viajes anteriores Colón hubiera oído hablar de las tierras encontradas
al oeste por los vikingos, pero lo cierto es que acomodó los juegos de
cifras para que se ajustaran a lo que más le convenía. Usó un mapa
dibujado por el cosmólogo florentino Toscanelli y basado en afirmaciones
un tanto arbitrarias de Marco Polo según las cuales Japón estaba a dos
mil quinientos kilómetros de la costa de China, modificó los cálculos de
Tolomeo hasta obtener una estimación de 4.780 kilómetros para la
distancia marítima entre Europa y Asia.
Pero no conforme con esto, Colón, para
decirlo suavemente, “afinó el lápiz” y tomando cálculos y mapas de
Alfrageno, científico musulmán del siglo IX, logró autoconvencerse de
que Japón se encontraba sólo a 4.300 kilómetros al oeste de las Islas
Canarias, cifra completamente ridícula, porque según ella Japón estaba
ubicado más o menos donde está Cuba. Esto era forzar demasiado la
geografía de la época, y no es de sorprender que los cosmógrafos
consultados por los reyes de Portugal y Castilla consideraran
irrazonable la empresa. Naturalmente, ellos no podían adivinar que
en el medio se iba a interponer la elegante figura de América. Pero
tampoco lo adivinó Colón que, además, cuando la tuvo delante, fue
incapaz de dar-se cuenta de que estaba en un nuevo continente y no en el
Japón, como sostuvo hasta el final de su vida.
Así, pues, Colón no fue un visionario sino
solamente un mal geógrafo —y buen navegante— al que ayudó la suerte.
Basándose en un conjunto de datos falsos —y manipulados— llegó a un
lugar que no era el que buscaba y ni siquiera fue capaz de darse cuenta."
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