Alcoholismo, Enfermedades Venereas en Revolución Industrial

Alcoholismo y Sífilis en Revolución Industrial

La verdadera gran revolución del siglo XIX fue la aplicación a la industria de la máquina de vapor, llevada a cabo por James Watt en 1769.

El caballo de vapor aportaba teóricamente a los hombres la potencia y el poder, mientras fue una minoría quien acaparó el poder, acaparando el provecho prodigado por el maquinismo.

Para ésta el progreso fue riqueza, abundancia y nuevas necesidades.

El dinero, con su atractivo contagioso, acentuó todavía más la zanja que existía anteriormente entre la vieja aristocracia y esta gran parte, ignorada y abandonada, de la población a la que se denominaba «el pueblo».

Alcoholismo, Prostitucion y Sifilis en Revolución Industrial

Así, como consecuencia de la cruzada antituberculosa, nace también la lucha antialcohólica.

Hasta estos momentos la embriaguez y el alcoholismo se confundían.

En esta época queda claro que el alcohólico no es un borracho cuya crisis aguda de intoxicación era penada por la ley.

Se observó que la muerte por tuberculosis era superior en las regiones con fuerte consumo de alcohol; la geografía de la tisis coincidía con la del alcoholismo crónico.

Los departamentos más afectados eran los de Bretaña y Normandía; nada cambió luego.

Esta nueva plaga de la que cobró conciencia el cuerpo médico se agravó con las campañas coloniales.

Los soldados regresaban de ellas con el hábito del aperitivo a base de alcohol, cotidiano, con anís o absenta, la bebida espirituosa más consumida.

Los cafés se multiplicaron en las ciudades y el olor a absenta era tal a la hora del aperitivo que se le llamó la hora verde.

Las estadísticas permiten saber que el consumo de alcohol de 50 grados en 1831 era de dos litros y medio por cabeza de habitante, siendo de nueve litros en 1900.

Las cantidades de alcohol que escapaban a los impuestos y por este motivo a las estadísticas eran entonces considerables.

Para los médicos y para los sociólogos y los literatos, el alcoholismo es, como la tuberculosis a la que prepara el camino,  una enfermedad social.

Se bebe para olvidar, se busca la evasión junto a «la llamarada» del alcohol.

El horror del tugurio hace la fortuna del tabernero.

Precisemos que son los alcoholes destilados los que se ponen en la picota y los que son responsables del alcoholismo, no el vino, bebida sana, higiénica y recomendable que forma parte de la alimentación al mismo título que el pan, las legumbres o la carne. Se vigila que los enfermos reciban en los hospitales su ración de vino: medio litro y, en las farmacias, ,el vino generoso es el excipiente de elección de todas las pociones y todas las quininas.

Los higienistas, a los que Pasteur se une, afirman que el uso moderado del vino es útil para detener el avance de la enfermedad. Los enemigos del vino, declaran los oinófilos, son «los mejores propagandistas del alcoholismo y como consecuencia de la tuberculosis».

El aumento de consumo de vino, favorecido por la elevación del poder adquisitivo, promovió así el alcoholismo crónico al rango de primera plaga francesa.

Se asistió también a la extensión del nicotinismo, este nuevo y temible enemigo de la salud.

En 1791 la Asamblea Nacional había suprimido el monopolio de la venta de tabacos creado en 1674.

Napoleón lo restableció en 1810 y la organización metódica por parte del estado de la fabricación de tabaco para mascar, para aspirar, como rapé, para fumar, correspondió a una progresión constante de su consumo.

No se empezaron a fabricar cigarrillos hasta 1843; en 1869 se venden 11 millones de cigarrillos, particularmente en forma de tabaco picado ordinario con envoltura azul que se volverá célebre.

Pero todavía se suele hacer el cigarrillo utilizando el famoso «scarfelati».

Los tabacos exóticos, en particular los de Virginia, se reemplazan por la producción de tabaco de Lot-et-Garonne y de Alsacia.

A los puros de La Habana, la Régie francesa opone los Londres.

El público acoge el tabaco con simpatía, condicionado por los proberbios-anuncios: «El tabaco es el amigo del hombre», si bien en 1875, L'Economiste franjáis nos hace saber que su consumo ha aumentado un 60% desde 18301.

La prostitución, vieja como el mundo, se convirtió en un peligro para la salud, cuando a finales del siglo XV los compañeros de Cristóbal Colón trajeron a Europa la sífilis: los franceses se contagiaron del mal «napolitano» y los italianos del mal «francés».

Una vez más fue la administración de Napoleón la que instituyó en 1804, para mantener a raya el contagio venéreo, el control de las casas de tolerancia y la visita sanitaria de las prostitutas. Los lugares de prostitución aumentaron a lo largo del siglo.

La burguesía hacía alardes de virtud pero se dejaba ir al libertinaje en secreto y el aumento de salarios incitaban a ello.

Por lo demás existía una desigualdad monstruosa de condiciones de existencia del hombre y de la mujer.

Mes Simón, en La obrera, da el resultado de una encuesta realizada con 101.000 obreras de París, de 1847 a 1851.

El salario medio es de 1,63 francos por una jornada de trabajo de 15 horas.

En 1883, según Haussonville, a pesar de la elevación del coste de la vida, el salario de las obreras no ha variado.

La prostitución, concluye el autor de Miseria y remedios, es verdaderamente «hija de la miseria».

La responsabilidad de la contaminación es no tanto el cliente de paso como el chulo.

Dos escuelas se enfrentan a finales de siglo sobre este tema: los partidarios de una represión de la prostitución clandestina y del cuidado sanitario de las casas cerradas, y los idealistas, partidarios de la total libertad y opuestos a esta trata de blancas.

Durante este tiempo, la avariosis, proveedora de ataxia locomotriz y parálisis generales, hacía estragos:

La pequeña avariosis (blenorragia) era la carga que tocaba a la mayoría de hombres, con sus complicaciones duraderas, nada despreciables.

Mientras en Francia las «casas de placer» no controladas progresaban, en Inglaterra, tradicionalmente adicta a las libertades individuales, se suprimía en 1886 todo control de las prostitutas, decisión que llevó consigo un aumento espectacular de la sífilis.

Una tarea social desconocida hasta el momento, la despoblación, afecta a Francia durante el siglo XIX.

El número de nacimientos por 1.000 habitantes que era de 33 en 1801, disminuye a 21,6 en 1895.

Las primeras voces de alarma denunciando este mal de nuestra civilización se dieron a finales de siglo.

Se repetía la frase dicha por Rochefort en 1868: «Francia contiene 36 millones de sujetos, sin contar los sujetos al descontento».

Por supuesto Francia no tenía el monopolio del fenómeno, pero, precediendo siempre a las otras naciones en los movimientos evolutivos, se colocaba netamente a la cabeza de los países de Europa.

La situación de Alemania, su turbulenta y peligrosa nación vecina, era mucho más favorable.

El análisis de las causas de esta caída demográfica inspiraba debates confusos: la desaparición de la moral cristiana, sostenida por unos a los que otros oponían el celibato de los curas.

Para los sociólogos esta disminución de la natalidad era el precio pagado por el progreso que «lleva en sí los gérmenes de la decadencia».

El refinamiento de la civilización, la extensión de la cultura, el alto precio creciente de la vida eran evidentemente los factores de esta evolución.

Por otra parte, el neomaltusianismo se infiltraba en todas las capas de la población bajo la forma de gran objetivo lucrativo: «Por la presente carta, hago llegar a su conocimiento la existencia de un folleto muy explicativo donde se detalla científicamente el fenómeno de la fecundación y el método para librarse de ella, sin perjudicar a la salud ni a los gozos del amor.

Para recibirlo, libre de gastos, haga llegar 5 francos en un billete, bono o en giro.»

Las prácticas abortivas llevan consigo una alta mortalidad, adquieren un aire epidémico, pero las mujeres no vacilaban en arriesgar su vida entregándose a las «hacedoras de ángeles», pues el feminismo nacía, haciéndoles tomar conciencia de sus posibilidades de emancipación e invitándoles a reclamar su parte de placer sin embarazo.

Pero lamoral oficial, de inspiración masculina, profesaba que la esposa debía de ser ante todo madre; esta era la misión de la mujer en una sociedad que le prodigaba ayuda y protección.

Francia tiene menos niños y lo que es peor, durante el curso de algunos años las muertes son superiores a los nacimientos.

En 1891, Alemania, enriquecida ya en 1871 con Alsacia y Lorena, tiene un excedente de 700.000 nacimientos, y Francia un excedente de 10.000 muertes.

La esperanza de vida no supera los 45 años en 1900, sobre todo porque la mortalidad infantil sigue siendo considerable.

Las estadísticas oficiales están por debajo de la verdad, pues proceden de las administraciones departamentales o comunales que no tienen los medios materiales para suministrar las informaciones exigidas por el estado.

Sea como fuere, de 1892 a 18974, de 1.000 muertes, 167 son atribuibles entre las regiones, el departamento del Norte con 283 muertes y el de Gers con 80 muertes, subrayan que esta hecatombe, que se debe en la mitad de los casos a diarrea, hubiera podido reducirse notablemente.

El cuerpo médico está persuadido de ello y se instalan consultas de recién nacidos en los hospitales y en los barrios.

Obras filantrópicas como «la gota de leche», creada por el doctor Dufour, de Fécamp, predican la lactancia del seno materno y las reglas esenciales de higiene de la alimentación.

Se depositan en el despacho del Parlamento proyectos de ley sobre la protección de la salud pública y la asistencia sanitaria.

A los legisladores les parecen financieramente inaplicables pero son testimonio de las medidas que tarde o temprano habrá que tomar: lucha contra el surmenaje de las madres y contra el destete prematuro, definición y protección de las leches de buena calidad, programas de acción contra los alojamientos insalubres y contra las plagas sociales: tuberculosis, alcoholismo, sífilis.

Hasta 1893 la declaración de las enfermedades infecciosas no fue obligatoria ni se promulgó la ley que aseguraba a los indigentes la asistencia médica gratuita.

La sociedad tomaba finalmente conciencia de la primacía de la medicina preventiva en la lucha contra la enfermedad.

La higiene se adelantará así al arte de curar que no hizo grandes progresos en este período ilustrado, sin embargo, por los descubrimientos más importantes de nuestra era.

Pero estas nociones, estos métodos nuevos que minaban los cimientos dogmáticos de la antigua medicina, no podían desembocar lógicamente en aplicaciones prácticas más que después de algunos decenios.

Si la higiene precede en la historia a la medicina, la revolución científica precede igualmente a la revolución terapéutica que depende de ella.

Fuente Consultada: Historia Cultural de la Enfermedad Marcel Sendrail El Siglo de la Enfermedad Contagiosa

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