En 1926, en Londres, John
Baird consiguió emitir y recibir imágenes a distancia; solo un cuarto de
siglo más tarde, concretamente el 17 de octubre de 1951, a las dos de la
tarde, Eva y Juan Perón aparecieron en las pantallas de los primeros y
escasos aparatos Rayhteon, Capheart y Dumont que había en la Argentina.
Culminó así el esfuerzo de
años de Jaime Yankelevich, un pionero de la radio que también lo fue de la
televisión. La emisión inicial, por supuesto que en blanco y negro, y con
Imágenes que se deformaban o eran invadidas por caprichosas líneas
geométricas, mostró a la pareja mandataria que presidía el Día de la Lealtad
desde la Plaza de Mayo.
Frente a los escaparates de
los comercios de aparatos electrónicos, o en muy pocos hogares, los porteños
se maravillaron con el nuevo medio de comunicación, y vieron cómo los
locutores Isabel Marconi y Adolfo Salinas leían, en cadena con Radio del
Estado, los partes oficiales. Con todo, y en principio, solamente la Capital
Federal y el Gran Buenos Aires recibieron las emisiones. A medida que los
receptores se alejaban del lugar de transmisión (la antena estaba en el
edificio del ministerio de Obras Públicas, en la 9 de Julio y Moreno), se
requería de antenas cada vez más elevadas para capturar alguna imagen.
El primer programa emitido
desde el Canal 7, el único durante años, fue transmitido desde los salones
del hotel Alvear. actuaron el ballet y el coro del Teatro Colón, y a
continuación se realizó un programa de entrevistas. Los presentadores eran
locutores radiales, como los ya mencionados Marconi y Salinas, además de
Hebe Gerbolés, Juan Piñeiro y Jaime Más. En directo (los tapes y las
grabaciones vinieron mucho después), sin maquillaje, lo cual los hacía ver
afantasmados, hablaban como si estuvieran frente al micrófono radial. Pero
la tevé criolla había nacido.
Grandes Cómicos Argentinos
- Biografías y Anécdotas de Sus Vidas
El solo hecho de mencionarlos
provoca una sonrisa. Creativos, buenos mimos, improvisadores brillantes,
siempre fueron más divertidos que el libreto que debían recitar. Son
inmortales.
"La risa es la sal de la vida", y ellos, Pepe Biondi, Alberto El Negro
Olmedo, y Tato Bores lo supieron desde siempre. Su formación y sus estilos
fueron diferentes, pero igualmente efectivos cuando se trataba de sorprender
y de hacer reír.
El origen artístico de Pepe
era circense, todos sus personajes, de un humor inocente y familiar,
hablaban y actuaban como si estuvieran bajo una carpa; los de Olmedo,
tiernos al principio, audaces y picarescos más tarde, tenían origen en su
aguda observación del léxico y la gestualidad de los tipos callejeros; Tato,
que se inició en la radio y en los teatros de revista, Inventó a un
monologuista agudo y observador que dialogaba supuestamente con el poder con
la velocidad de una ametralladora y decía con humor lo que muchos no se
atrevían.
Tenían en común la amistad, el
respeto por sus colegas, el amor a sus familias y la celebración de la vida
en cada uno de sus trabajos. Fueron cómicos geniales y, fundamentalmente,
personas irreemplazables. Porque, ¿Quién más imprescindible que aquel que
nos hace reír?
ALBERTO OLMEDO: El talentoso
improvisador nació y se crió en Rosario de Santa Fe, y aunque viajó por todo
el mundo, y triunfó en Buenos Aires, paradójicamente jamás abandonó su
barrio, y hasta el último día de su vida siguió siendo un pibe que jugaba a
ser actor cómico.
Empezó como
tiracables en el viejo Canal 7, donde luego realizó su primer
programa, El Capitán Piluso. Su desenfado, su alegría de vivir y su
contagiosa comicidad, elaborada a base de furcíos, complicidad con la
platea, desfachatez y salidas insólitas, lo convirtieron en un número uno
indiscutible, con personajes maravillosos como El Manosanta, Rucucu y el
General González.
Todavía
no encontró sucesor. Se fue un verano de 1988, cuando tenía solo 55 años.
Amaba la vida, las mujeres, sus amigos, el vino, los jilgueros y las rosas.
Una Anécdota: "El Olmedo fuera de cámara
era un hombre taciturno, de pocas palabras, pero a medida que se estimulaba
y avanzaba la noche, se convertía en el hombre lobo"." '
"Cuando se murió Caquito-Humberto Ortiz-, Olmedo, mi viejo y Miguelito
(conocido como El Enano de Oro) llegaron al velatorio en estado deplorable".
"Se pararon
frente al cajón, y quedaron conmovidos por cómo el cáncer había consumido al
ladero de Piluso. Pero cuando salieron a la vereda, se cruzaron con el hijo
de Ortiz, que entraba a otro velatorio. El velatorio de actores y artistas
de variedades queda uno al lado de otro. Entonces volvieron a entrar, y se
dieron cuenta de que habían estado en el velatorio equivocado: el de
Nicolita, el enano de Marrone. ¡Por eso les parecía que Ortiz
estaba consumido!".
Este episodio,
que parece extraído de No Toca Botón, fue real; y está narrado en Ensayos
Bonsui, un libro de Fabián Casas, hijo de Juan Carlos Casas, quien en el
mismo texto es presentado como "secretario privado - representante ocasional
- mano derecha - hombre de confianza - etcétera" de Olmedo. En esas páginas
Fabián Casas define a El Negro, casi un tío suyo, como "un tipo de la
televisión que se dedicó
PEPE
BIONDI: Cuando tenía siete años de edad y vivía en Lomas de
Zamora, un circo acampó frente a su casa y decidió su destino: fue
malabarista, acróbata, trapecista y payaso. Luego trabajó en cabarets, e
hizo giras por Venezuela, México y Cuba, donde se diplomó de ídolo. En
televisión debutó en Canal 13, y al mes de hacerlo tenía 29 puntos de rating;
llegó a conseguir 60.
Inventó a sus
Pepes -Curdelas, el borracho; Galleta, "el único guapo en camiseta", y
otros- y a Narciso Bello ("Mama, por qué me hiciste tan lindo") y perduró
como para hacer reír a tres generaciones de argentinos, con su humor
cristalino y efectivo. En 1975 se le ocurrió morirse y nos llenó de pena.
Un ser humano de primera... En una de
sus muchas etapas de pobreza terminal, Biondi no tenía dónde dormir ni
qué comer. Enterado, un amigo le presentó a un español bondadoso, que
trabajaba en el restaurante El Alba, cercano al Congreso, que se
había sacado la lotería y estaba pensando en regresar a su patria. "Sí,
hijo, cómo no. Acá tienes la llave de la pieza. Ve, que esta noche yo te
llevo algo de comida". A la semana, Pepe consiguió trabajo. Le
agradeció al gallego, y hasta lo fue a despedir en el puerta cuando zarpó el
barco, de regresó a su tierra..
Veinte años después, Biondi y Dick fueron a trabajar a España.
Una tarde, al
salir del teatro donde estaban ensayando, un hombre mal entrazado se le
acercó tímidamente.
—¿Cómo no me voy a acordar de vos. gallego, si me mataste el hambre cuando
yo no tenía un centavo'?
El hombre estaba en la mala. Entonces, Biondi le alquiló una pieza, lo
vistió y le dio dinero para que comiera. Poco después, el dúo iba a seguir
,su vida trashumante.
—Mira, gallego, yo me. quiero ir tranquilo de España, y es fulero dejarte
así. A vos ¿qué te gusta, qué cosas quemas tener'?
—A mí ,me gusta el campo, don Biondi, y me gustan las vacas.
Cuando Dick y Pepe partieron, aquel viejo mozo español era el dueño de una
casa campestre, que tenía una vaca atada.
TATO BORES:: Mauricio Boresztein
provenía de la radio -donde hacía de Igor, un alumno insoportable-, y del
teatro de revista. En 1957, con libretos de Landrú (otro grande) comenzó
en
Canal 7 con sus monólogos, que solamente se discontinuaron cuando algunos
intolerantes (como López Rega o los dirigentes del Proceso) lo prohibieron.
"Yo nunca me casé con nadie ni hice de mi espacio una tribuna.
Les bajé la caña
a todos." Contó con la ayuda de muy buenos libretistas, como Aldo Camarotta,
Jordán de la Cazuela y Santiago Várela, pero quien realzaba la letra era su
personaje, con una peluca y un cigarro que jamás fumaba. No se limitaba a
hacer reír: cada domingo a la noche la audiencia esperaba el monólogo donde
Tato, además, hacía pensar y fustigaba las tonterías como un buen editorial.
Murió en 1996.
Presidentes: En 30 años de monólogos
políticos. Tato Bores convirtió en materia risible las broncas y decepciones
ocasionadas por 16 presidencias y 37 ministros de economía. De Aramburu a
Menem, casi no hubo primer mandatario que no fuera atravesado por su ironía.
El primero en TV fue Arturo Frondizi. Luego de que Tato dijera que en
nuestro país faltaba la escuela más necesaria de todas: la de presidentes,
Frondizi llamó para felicitarlo.
Lanusse lo invitó
al casamiento de su hija luego de que Tato se quejara en cámara por no haber
sido invitado. Guido, en cambio, lo invitó a comer en Olivos junto con su
libretista y otros humoristas del momento; días después, cuando estalla el
conflicto entre azules y colorados, un comentarista de radio utilizaría el
hecho para denunciar la falta de seriedad: "Qué se puede esperar de un
presidente que se sienta a la mesa con un grupo de argentinos que satirizan
la angustia nacional"
De todos, el que
más lo frecuentó fue Carlos S. Menem, quien se sentó a la consabida mesa de
los fideos en 3 oportunidades, a lo largo de sus dos presidencias. De todos,
no obstante, Tato declaró: "No somos amigos"
JUAN CARLOS ALTAVISTA:
La cara oculta de "Minguito":En abril de 1988 Altavista regresó a
Canal
11 con su ciclo Super Mingo, en y a los libretistas (Roberto
Peregrino Salcedo y Delfor) con su Santa Milonguita recién fileteada
y el motor a cero. Durante el programa inaugural Minguito sostuvo una charla
con Federico Luppi en la que el actor fue tratado, entre otros apodos, como
Tordillo viejo y peludo.
También, y
a manera de cordial reproche respecto de su carrera artística, Minguito le
hizo notar que "usté hace todos tipos que se chivan". Fina
observación.
Luppi fingió
estar molesto en ese tipo de diálogos, y quiso arrear la conversación hacia
terrenos más placenteros. Entonces arrancó con el teatro clásico,
añorando al madrileño Tirso de Molina y al siciliano Luigi Pirandello.
"Es cierto -coincidió Minguito-. Ya no hay autores... vamos quedando pocos".
Luppi se
entusiasmó con la poesía del sevillano Gustavo Adolfo Becquer, pero su
interlocutor creyó que estaban hablando de una marca de cerveza. Acorralado
por la cultura de Luppi, Mingo decidió que debía contraatacar. Así, cuando
la charla pasaba por Ótelo, lo apodó El mono de Venecia; y al llegar
a Hamlet, recitó parte de su monólogo: "Semo o no semo?".
El
Chupetómetro: "Una de las partes mas recordadas de mis programas
es E! Chupetómetro. Nos asesoramos con médicos pediatras, y todos coincidían
en que los chicos tenían que dejar el chupete al año y medio. Había chicos
que querían dármelo personalmente. Algunas madres me contaron que el chico
dejaba el chupete arriba del televisor mientras, yo actuaba, y cuando
terminaba el programa lo agarraban de nuevo. Pensaban «ahora no me ve».
"Otra de las
frases que inventé es ¿Se anima? Pjff. Esa la saqué de un cocinero de
Mar del Plata. Yo le decía: "¿Sabes qué tengo ganas dé comer hoy? Un guiso
de mondongo, pero bien hechito, tipo casero. ¿Te animas?". El tipo
contestaba Pjff, y me escupía todo".
"Yo sigo
trabajando porque ésta es mi vida. Necesito qué me quieran. En la Argentina,
me ven, y enseguida dicen: «Vení, Garlitos. Yo te soluciono el problema».
Está esa prioridad conmigo. A eso te acostumbras. Ahora, mucha gente piensa
que estoy muerto o desaparecido porque no estoy en la tele, pero yo sigo
trabajando.
Arriba del
escenario tengo 30 años. Siempre fui igual: haciendo humor, jodiendo todo el
tiempo. Lástima que dejé pasar treinta años para debutar. Aunque, como creo
en el destino, el destino dijo que sea así".
NINI MARSHALL: El debut oficial de
Cándida en la radio. El éxito del segmento fue tal, que sus
intervenciones
pasaron de los cinco minutos a la media hora, de la frecuencia semanal a la
diaria, al tiempo que Niní empezaba a crear nuevos personajes.
Su experiencia
como redactora publicitaria, sumada a un alto rendimiento en creatividad, le
daban un perfil totalmente novedoso de artista: no sólo era una actriz de
radio que escribía sus propios libretos sino que, además, se trataba de una
mujer fabricando humor.
Después de la
separación del papá de Angelita, esta fue la segunda gran
transgresión de Marina Travesó.
La criatura que
más impacto al público y que acabó convirtiéndose en el denominador común de
las chicas nacidas y criadas en los conventillos porteños, Catalina
Pizzafrola Scanappiecco alias Calila, apareció ante los ojos de Niní que
observaban pasmados a las fanáticas de Thorry. Legiones de chicas de barrio,
con más maquillaje que educación formal, con modales estridentes y
cholulismo en voz alta, esperaban al galán en los pasillos de la radio,
rogando por una sonrisa y un autógrafo.
La cadencia
espástica en el discurso, el andar zigzagueante, el revoleo de caderas, la
anárquica conjugación de los verbos, la irreverencia y el chisme deportivo
le dieron a una sola Catita la representación de miles. Los
personajes El Mingo (un hermano de Catita) y La Bella Loü (una
vedette venida a menos) completaban el staff y dialogaban en armonioso
contrapunto con Thorry, sacándole el jugo a las diferencias culturales.
Gracias a una
serie de giras por los cines y teatros porteños, los personajes de Niní
adquirieron apariencia estética: carnes, curvas y mucho maquillaje para Loli;
pañuelo a la cabeza para Cándida, glamour barrial para Cauta.
"Yo no quería
hacer cine ni a cañón, porque tenía miedo de que el prestigio que había
conseguido en la radio se echara a. perder con mi imagen. Imagínese. Salgo
yo, petisita, feúcha...". En 1938, y gracias a la insistencia del director
Manuel Romero, Catita salió en el cine en Mujeres Que Trabajan,
esa fue la primera de las 37 películas que filmó , entre nacionales y
extranjeras.
Palabrotas:
Sandrini se felicitaba por no haber incorporado a su lenguaje artístico las
llamadas malas palabras, a las que él consideró un recurso mediocre, y que
fueron utilizadas sin límites, especialmente en el teatro de revistas, hasta
que llegaron a todo medio de comunicación. "Yo nunca dije malas palabras. Me
las olvidé, las dejé en la calle, nunca las subí a un escenario. A veces me
dan libros, y enseguida noto que son un montón de palabrotas puestas al
cuete.
Para mí, las
malas palabras no son arte, pero el público las consume. Yo justifico a
quienes las dicen: prohibidas no están. Entonces, las pueden decir donde se
les dé la gana: en un teatro, en su casa, en una letrina. Yo no entré en esa
onda. Antes de ser actor las decía muy bien, pero después me las olvidé
todas".
Sin embargo, y
tal vez porque cada regla debe tener su excepción, durante una película se
escuchó una, dicha por su inconfundible voz. En 1962 participó en La
Cigarra no es un bicho, dirigida por Daniel Tinayre, con guión del
marido de Mirtha Legrand y de Eduardo Borras, y allí se le escucha: "¡Qué
pelotudo soy!". Fue la primera y la última. Con un guiño, Sandrini bajó la
apuesta: "Bueno, pero fue un insulto a mí mismo".