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Polémica en el Bar La Tuerca Carlos Balá Pepe Biondi Josè Marrone Juan Verdaguer
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Minguito Olmedo-Porcel
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C. Calabró (El Contra) Olmedo-Portales
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C. Calabró (J. Tolengo)         Olmedo (Manosanta)
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C. Calabró (Anibal) Los Midachi Rompeportones Guillermo Francella Enrique Pinti Antonio Gasalla

Así comenzó la Televisión Argentina...

En 1926, en Londres, John Baird consiguió emitir y recibir imágenes a distancia; solo un cuarto de siglo más tarde, concretamente el 17 de octubre de 1951, a las dos de la tarde, Eva y Juan Perón aparecieron en las pantallas de los primeros y escasos aparatos Rayhteon, Capheart y Dumont que había en la Argentina.

Culminó así el esfuerzo de años de Jaime Yankelevich, un pionero de la radio que también lo fue de la televisión. La emisión inicial, por supuesto que en blanco y negro, y con Imágenes que se deformaban o eran invadidas por caprichosas líneas geométricas, mostró a la pareja mandataria que presidía el Día de la Lealtad desde la Plaza de Mayo.

Frente a los escaparates de los comercios de aparatos electrónicos, o en muy pocos hogares, los porteños se maravillaron con el nuevo medio de comunicación, y vieron cómo los locutores Isabel Marconi y Adolfo Salinas leían, en cadena con Radio del Estado, los partes oficiales. Con todo, y en principio, solamente la Capital Federal y el Gran Buenos Aires recibieron las emisiones. A medida que los receptores se alejaban del lugar de transmisión (la antena estaba en el edificio del ministerio de Obras Públicas, en la 9 de Julio y Moreno), se requería de antenas cada vez más elevadas para capturar alguna imagen.

El primer programa emitido desde el Canal 7, el único durante años, fue transmitido desde los salones del hotel Alvear. actuaron el ballet y el coro del Teatro Colón, y a continuación se realizó un programa de entrevistas. Los presentadores eran locutores radiales, como los ya mencionados Marconi y Salinas, además de Hebe Gerbolés, Juan Piñeiro y Jaime Más. En directo (los tapes y las grabaciones vinieron mucho después), sin maquillaje, lo cual los hacía ver afantasmados, hablaban como si estuvieran frente al micrófono radial. Pero la tevé criolla había nacido.

  Grandes Cómicos Argentinos - Biografías y Anécdotas de Sus Vidas  
 

El solo hecho de mencionarlos provoca una sonrisa. Creativos, buenos mimos, improvisadores brillantes, siempre fueron más divertidos que el libreto que debían recitar. Son inmortales.


"La risa es la sal de la vida", y ellos, Pepe Biondi, Alberto El Negro Olmedo, y Tato Bores lo supieron desde siempre. Su formación y sus estilos fueron diferentes, pero igualmente efectivos cuando se trataba de sorprender y de hacer reír.

El origen artístico de Pepe era circense, todos sus personajes, de un humor inocente y familiar, hablaban y actuaban como si estuvieran bajo una carpa; los de Olmedo, tiernos al principio, audaces y picarescos más tarde, tenían origen en su aguda observación del léxico y la gestualidad de los tipos callejeros; Tato, que se inició en la radio y en los teatros de revista, Inventó a un monologuista agudo y observador que dialogaba supuestamente con el poder con la velocidad de una ametralladora y decía con humor lo que muchos no se atrevían.

Tenían en común la amistad, el respeto por sus colegas, el amor a sus familias y la celebración de la vida en cada uno de sus trabajos. Fueron cómicos geniales y, fundamentalmente, personas irreemplazables. Porque, ¿Quién más imprescindible que aquel que nos hace reír?

 
 

ALBERTO OLMEDO: El talentoso improvisador nació y se crió en Rosario de Santa Fe, y aunque viajó por todo el mundo, y triunfó en Buenos Aires, paradójicamente jamás abandonó su barrio, y hasta el último día de su vida siguió siendo un pibe que jugaba a ser actor cómico.

 Empezó como tiracables en el viejo Canal 7, donde luego realizó su primer programa, El Capitán Piluso. Su desenfado, su alegría de vivir y su contagiosa comicidad, elaborada a base de furcíos, complicidad con la platea, desfachatez y salidas insólitas, lo convirtieron en un número uno indiscutible, con personajes maravillosos como El Manosanta, Rucucu y el General González.

 Todavía no encontró sucesor. Se fue un verano de 1988, cuando tenía solo 55 años. Amaba la vida, las mujeres, sus amigos, el vino, los jilgueros y las rosas.

Una Anécdota: "El Olmedo fuera de cámara era un hombre taciturno, de pocas palabras, pero a medida que se estimulaba y avanzaba la noche, se convertía en el hombre lobo"." '
"Cuando se murió Caquito-Humberto Ortiz-, Olmedo, mi viejo y Miguelito (conocido como El Enano de Oro) llegaron al velatorio en estado deplorable".

"Se pararon frente al cajón, y quedaron conmovidos por cómo el cáncer había consumido al ladero de Piluso. Pero cuando salieron a la vereda, se cruzaron con el hijo de Ortiz, que entraba a otro velatorio. El velatorio de actores y artistas de variedades queda uno al lado de otro. Entonces volvieron a entrar, y se dieron cuenta de que habían estado en el velatorio equivocado: el de Nicolita, el enano de Marrone. ¡Por eso les parecía que Ortiz estaba consumido!".

Este episodio, que parece extraído de No Toca Botón, fue real; y está narrado en Ensayos Bonsui, un libro de Fabián Casas, hijo de Juan Carlos Casas, quien en el mismo texto es presentado como "secretario privado - representante ocasional - mano derecha - hombre de confianza - etcétera" de Olmedo. En esas páginas Fabián Casas define a El Negro, casi un tío suyo, como "un tipo de la televisión que se dedicó

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PEPE BIONDI:PEPE BIONDI: Cuando tenía siete años de edad y vivía en Lomas de Zamora, un circo acampó frente a su casa y decidió su destino: fue malabarista, acróbata, trapecista y payaso. Luego trabajó en cabarets, e hizo giras por Venezuela, México y Cuba, donde se diplomó de ídolo. En televisión debutó en Canal 13, y al mes de hacerlo tenía 29 puntos de rating; llegó a conseguir 60.

Inventó a sus Pepes -Curdelas, el borracho; Galleta, "el único guapo en camiseta", y otros- y a Narciso Bello ("Mama, por qué me hiciste tan lindo") y perduró como para hacer reír a tres generaciones de argentinos, con su humor cristalino y efectivo. En 1975 se le ocurrió morirse y nos llenó de pena.

Un ser humano de primera... En una de sus muchas  etapas de pobreza terminal, Biondi no tenía dónde dormir ni qué comer. Enterado, un amigo le presentó a un español bondadoso, que trabajaba en el restaurante El Alba, cercano al Congreso, que se había sacado la lotería y estaba pensando en regresar a su patria. "Sí, hijo, cómo no. Acá tienes la llave de la pieza. Ve, que esta noche yo te llevo algo de  comida". A la semana, Pepe consiguió trabajo. Le agradeció al gallego, y hasta lo fue a despedir en el puerta cuando zarpó el barco, de regresó a su tierra..
Veinte años después, Biondi y Dick fueron a trabajar a España.

Una tarde, al salir del teatro donde estaban ensayando, un hombre mal entrazado se le acercó tímidamente.
—¿Cómo no me voy a acordar de vos. gallego, si me mataste el hambre cuando yo no tenía un centavo'?
El hombre estaba en la mala. Entonces, Biondi le alquiló una pieza, lo vistió y le dio dinero para que comiera. Poco después, el dúo iba a seguir ,su vida trashumante.
—Mira, gallego, yo me. quiero ir tranquilo de España, y es fulero dejarte así. A vos ¿qué te gusta, qué cosas quemas tener'?
—A mí ,me gusta el campo, don Biondi, y me gustan las vacas.
Cuando Dick y Pepe partieron, aquel viejo mozo español era el dueño de una casa campestre, que tenía una vaca atada.

 
 

TATO BORES:: Mauricio Boresztein provenía de la radio -donde hacía de Igor, un alumno insoportable-, y del teatro de revista. En 1957, con libretos de Landrú (otro grande) comenzó tato boresen Canal 7 con sus monólogos, que solamente se discontinuaron cuando algunos intolerantes (como López Rega o los dirigentes del Proceso) lo prohibieron. "Yo nunca me casé con nadie ni hice de mi espacio una tribuna.

Les bajé la caña a todos." Contó con la ayuda de muy buenos libretistas, como Aldo Camarotta, Jordán de la Cazuela y Santiago Várela, pero quien realzaba la letra era su personaje, con una peluca y un cigarro que jamás fumaba. No se limitaba a hacer reír: cada domingo a la noche la audiencia esperaba el monólogo donde Tato, además, hacía pensar y fustigaba las tonterías como un buen editorial. Murió en 1996.

Presidentes: En 30 años de monólogos políticos. Tato Bores convirtió en materia risible las broncas y decepciones ocasionadas por 16 presidencias y 37 ministros de economía. De Aramburu a Menem, casi no hubo primer mandatario que no fuera atravesado por su ironía.
El primero en TV fue Arturo Frondizi. Luego de que Tato dijera que en nuestro país faltaba la escuela más necesaria de todas: la de presidentes, Frondizi llamó para felicitarlo.

Lanusse lo invitó al casamiento de su hija luego de que Tato se quejara en cámara por no haber sido invitado. Guido, en cambio, lo invitó a comer en Olivos junto con su libretista y otros humoristas del momento; días después, cuando estalla el conflicto entre azules y colorados, un comentarista de radio utilizaría el hecho para denunciar la falta de seriedad: "Qué se puede esperar de un presidente que se sienta a la mesa con un grupo de argentinos que satirizan la angustia nacional"

De todos, el que más lo frecuentó fue Carlos S. Menem, quien se sentó a la consabida mesa de los fideos en 3 oportunidades, a lo largo de sus dos presidencias. De todos, no obstante, Tato declaró: "No somos amigos"

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JUAN CARLOS ALTAVISTA: La cara oculta de "Minguito":En abril de 1988 Altavista regresó a Canal 11 con su ciclo Super Mingo, en y a los libretistas (Roberto Peregrino Salcedo y Delfor) con su Santa Milonguita recién fileteada y el motor a cero. Durante el programa inaugural Minguito sostuvo una charla con Federico Luppi en la que el actor fue tratado, entre otros apodos, como Tordillo viejo y peludo.

 También, y a manera de cordial reproche respecto de su carrera artística, Minguito le hizo notar que "usté hace todos tipos que se chivan". Fina observación.

Luppi fingió estar molesto en ese tipo de diálogos, y quiso arrear la conversación hacia terrenos  más placenteros. Entonces arrancó con el teatro clásico, añorando al madrileño Tirso de Molina y al siciliano Luigi Pirandello. "Es cierto -coincidió Minguito-. Ya no hay autores... vamos quedando pocos".

Luppi se entusiasmó con la poesía del sevillano Gustavo Adolfo Becquer, pero su interlocutor creyó que estaban hablando de una marca de cerveza. Acorralado por la cultura de Luppi, Mingo decidió que debía contraatacar. Así, cuando la charla pasaba por Ótelo, lo apodó El mono de Venecia; y al llegar a Hamlet, recitó parte de su monólogo: "Semo o no semo?".

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CARLITOS BALA:

El Chupetómetro: "Una de las partes mas recordadas de mis programas es E! Chupetómetro. Nos asesoramos con médicos pediatras, y todos coincidían en que los chicos tenían que dejar el chupete al año y medio. Había chicos que querían dármelo personalmente. Algunas madres me contaron que el chico dejaba el chupete arriba del televisor mientras, yo actuaba, y cuando terminaba el programa lo agarraban de nuevo. Pensaban «ahora no me ve».

"Otra de las frases que inventé es ¿Se anima? Pjff. Esa la saqué de un cocinero de Mar del Plata. Yo le decía: "¿Sabes qué tengo ganas dé comer hoy? Un guiso de mondongo, pero bien hechito, tipo casero. ¿Te animas?". El tipo contestaba Pjff, y me escupía todo".

"Yo sigo trabajando porque ésta es mi vida. Necesito qué me quieran. En la Argentina, me ven, y enseguida dicen: «Vení, Garlitos. Yo te soluciono el problema». Está esa prioridad conmigo. A eso te acostumbras. Ahora, mucha gente piensa que estoy muerto o desaparecido porque no estoy en la tele, pero yo sigo trabajando.

Arriba del escenario tengo 30 años. Siempre fui igual: haciendo humor, jodiendo todo el tiempo. Lástima que dejé pasar treinta años para debutar. Aunque, como creo en el destino, el destino dijo que sea así".

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NINI MARSHALL: El debut oficial de Cándida en la radio. El éxito del segmento fue tal, que sus NINI MARSHALL: intervenciones pasaron de los cinco minutos a la media hora, de la frecuencia semanal a la diaria, al tiempo que Niní empezaba a crear nuevos personajes.

Su experiencia como redactora publicitaria, sumada a un alto rendimiento en creatividad, le daban un perfil totalmente novedoso de artista: no sólo era una actriz de radio que escribía sus propios libretos sino que, además, se trataba de una mujer fabricando humor.

Después de la separación del papá de Angelita, esta fue la segunda gran transgresión de Marina Travesó.

La criatura que más impacto al público y que acabó convirtiéndose en el denominador común de las chicas nacidas y criadas en los conventillos porteños, Catalina Pizzafrola Scanappiecco alias Calila, apareció ante los ojos de Niní que observaban pasmados a las fanáticas de Thorry. Legiones de chicas de barrio, con más maquillaje que educación formal, con modales estridentes y cholulismo en voz alta, esperaban al galán en los pasillos de la radio, rogando por una sonrisa y un autógrafo.

La cadencia espástica en el discurso, el andar zigzagueante, el revoleo de caderas, la anárquica conjugación de los verbos, la irreverencia y el chisme deportivo le dieron a una sola Catita la representación de miles. Los personajes El Mingo (un hermano de Catita) y La Bella Loü (una vedette venida a menos) completaban el staff y dialogaban en armonioso contrapunto con Thorry, sacándole el jugo a las diferencias culturales.

Gracias a una serie de giras por los cines y teatros porteños, los personajes de Niní adquirieron apariencia estética: carnes, curvas y mucho maquillaje para Loli; pañuelo a la cabeza para Cándida, glamour barrial para Cauta.

"Yo no quería hacer cine ni a cañón, porque tenía miedo de que el prestigio que había conseguido en la radio se echara a. perder con mi imagen. Imagínese. Salgo yo, petisita, feúcha...". En 1938, y gracias a la insistencia del director Manuel Romero, Catita salió en el cine en Mujeres Que Trabajan, esa fue la primera de las 37 películas que filmó , entre nacionales y extranjeras.

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LUIS SANDRINI

LUIS SANDRINIPalabrotas: Sandrini se felicitaba por no haber incorporado a su lenguaje artístico las llamadas malas palabras, a las que él consideró un recurso mediocre, y que fueron utilizadas sin límites, especialmente en el teatro de revistas, hasta que llegaron a todo medio de comunicación. "Yo nunca dije malas palabras. Me las olvidé, las dejé en la calle, nunca las subí a un escenario. A veces me dan libros, y enseguida noto que son un montón de palabrotas puestas al cuete.

Para mí, las malas palabras no son arte, pero el público las consume. Yo justifico a quienes las dicen: prohibidas no están. Entonces, las pueden decir donde se les dé la gana: en un teatro, en su casa, en una letrina. Yo no entré en esa onda. Antes de ser actor las decía muy bien, pero después me las olvidé todas".

Sin embargo, y tal vez porque cada regla debe tener su excepción, durante una película se escuchó una, dicha por su inconfundible voz. En 1962 participó en La Cigarra no es un bicho, dirigida por Daniel Tinayre, con guión del marido de Mirtha Legrand y de Eduardo Borras, y allí se le escucha: "¡Qué pelotudo soy!". Fue la primera y la última. Con un guiño, Sandrini bajó la apuesta: "Bueno, pero fue un insulto a mí mismo".

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