¿Qué es el imperialismo?
En principio, el término "imperialismo" se refiere a la
acción de establecer y mantener un imperio. Implica el deseo
y la práctica de una potencia de establecerse y dominar
territorios que no posee, que, en general, están lejos de la
metrópoli, y habitados por otros pueblos. Ese dominio puede
lograrse por diversos medios. El más utilizado por las
potencias europeas fue la fuerza: el enfrentamiento armado y
la ocupación militar. Sin embargo, también puede ocurrir que
la presencia de una potencia extranjera sea considerada por
ciertos sectores de la población autóctona como ventajosa
para mantener ciertos privilegios. Entonces, puede darse el
caso de que esos grupos presten colaboración política a los
ocupantes.
Los argumentos utilizados por los europeos para justificar
las políticas imperialistas a fines del siglo XIX fueron
muchos y variados.
La justificación económica. En aquellos años, las economías
europeas estaban ávidas de los mercados ultramarinos: de su
mano de obra barata, de sus materias primas y de sus tierras
productivas. Esta necesidad llevó a la defensa y a la
consolidación de políticas exteriores, que bregaban por el
mantenimiento del dominio sobre grandes extensiones de
territorio y de numerosos pueblos sometidos.
La justificación por la imagen de la nación. En otros casos,
el dominio colonial obraba como una manifestación del
poderío nacional y como fuente de prestigio.
La justificación por la misión de las potencias
"civilizadas". Un argumento muy empleado era que los
europeos tenían la responsabilidad y el deber de civilizar a
los pueblos que sometían. Este argumento descansaba en la
oposición entre "civilización" y "barbarie". Se llegó a
sostener que el imperialismo era necesario para lograr un
orden mundial pacífico, ya que, con la existencia de
naciones "bárbaras", la paz era un estado excepcional.
La justificación social. Otra justificación consistía en
que, para aliviar a las metrópolis, había que conquistar
nuevas tierras donde instalar el exceso de población y
colocar los productos de las industrias metropolitanas.
A pesar de la difusión de estos argumentos, el imperialismo
nunca logró una adhesión unánime. Desde principios de
nuestro siglo, comenzó a ser objeto de controversias. Entre
aquellos que condenaban las políticas imperialistas podían
encontrarse algunos liberales y, sobre todo, los políticos
de izquierda, como los socialistas. Los que condenaban el
imperialismo advertían que la búsqueda de la dominación
política, de materias primas y de mercados para explotar
implicaba violentar a los colonizados y relegaba -cuando no
los eliminaba- los intereses de los nativos.
La presencia de las potencias
extranjeras implicó consecuencias altamente negativas
-muchas de las cuales todavía continúan vigentes- para los
pueblos colonizados: los nativos fueron obligados a trabajar
hasta el límite de sus posibilidades, los recursos
productivos fueron explotados indiscriminadamente, entre
otras cosas. Además, muchas veces, sobre todo en África, el
dominio colonial significó la destrucción de las tradiciones
que constituían el patrimonio cultural de esos pueblos.
Durante los años de apogeo del
imperialismo (fines del siglo XIX y comienzos del XX), la
realidad colonial también repercutió en las potencias e
invadió todos los aspectos de la vida cotidiana en las
metrópolis. Las colonias desempeñaban un papel muy
importante en la economía y en la política, pero también en
la vida cultural de las sociedades metropolitanas. La enorme
cantidad de funcionarios, comerciantes, estudiosos, artistas
y viajeros de toda clase que circulaban por las colonias
difundían en las metrópolis su particular visión de la
situación que reinaba en ellas.
Las Potencias Imperialistas
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los estados de
Europa occidental concentraban una cuota de poder sin
precedentes. Este poder -económico, político y militar-
permitió a los centros imperiales metropolitanos una
importante adquisición y acumulación de personas y de
territorios. Hacia 1800, las potencias occidentales poseían
el treinta y cinco por ciento de la superficie terrestre. En
1878, la proporción era del sesenta y siete por ciento. En
1914, la superficie dominada por Europa ascendía al ochenta
y cinco por ciento del total. En un principio, Gran Bretaña
y Francia eran las potencias que poseían mayor poder. Más
tarde, también se destacaron Alemania y los Estados Unidos.
A fines de siglo, el Imperio
británico era el mayor del planeta: las posesiones
coloniales inglesas abarcaban aproximadamente el veintitrés
por ciento de la población mundial y el veinte por ciento de
la superficie terrestre. Sus dominios más importantes eran
la India, Sudáfrica, Australia, Canadá y Egipto y Birmania.
El Imperio francés era el segundo en importancia. Francia
ocupaba la mayor parte del África noroccidental y
ecuatorial, Madagascar y Somalia. En el sudeste asiático,
los franceses ocupaban los territorios que actualmente
corresponden a Vietnam, Laos y Camboya.
En la década de 1880, Alemania
se incorporó a la carrera imperialista y estableció colonias
en los territorios de Togo, Camerún, Namibia y Tanzania.
Otros estados europeos (Bélgica, Italia, España y Portugal)
también ocuparon territorios, pero en una escala menor:
Leopoldo u, el rey de Bélgica, ocupó el Congo y Portugal,
dominó Angola y Mozambique. Italia se estableció en Eritrea
y parte de Somalia y España tomó posesión de parte del
Sahara y Guinea.
El imperialismo también
involucró a otras potencias no europeas. A fines de la
década de 1890, los Estados Unidos intervinieron
militarmente en América Central y el Caribe, y en el
Pacífico (Filipinas). En Asia, el Japón inició su expansión
hacia las islas cercanas y hacia la costa asiática oriental.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
La Primera Guerra Mundial —verdadera "guerra civil" europea—
tiene como causa fundamental la determinación de un nuevo
reparto del mundo entre las potencias imperialistas. El
acelerado desarrollo industrial de Alemania había logrado
incorporar el desarrollo tecnológico creado por las naciones
europeas más viejas, pero su capacidad industrial requería
un desarrollo paralelo de mercados para sus productos y
materias primas baratas para la industria.
Por las circunstancias
políticas de la etapa inmediatamente anterior, su dominio
colonial era insuficiente para estas nuevas y crecientes
necesidades. Paralelamente, Inglaterra y Francia veían
descender la demanda de sus productos como consecuencia del
desarrollo industrial de Alemania y Estados Unidos. El
elemento desencadenante de la guerra —precedida por un largo
período de "paz armada" entre las potencias— tiene un papel
anecdótico: lo fundamental es la lucha por el control
político y económico de las colonias.
El Tratado de Versalles —que
fija las condiciones del armisticio— es el símbolo del
reordenamiento de las fuerzas políticas entre los países de
Occidente.
Destruido el poder de
Alemania, los ingleses y franceses se reparten los
beneficios obtenidos por el triunfo. Pero el verdadero
vencedor de esta guerra es Estados Unidos que, habiendo
entrado tardíamente en ella, logra capitalizar las
necesidades europeas. Apartados de las actividades normales
del período de paz por la confrontación armada, dejan
abierto un vacío que es rápidamente llenado por la
producción norteamericana.
Estados Unidos se convierte en
principal exportador de minerales, productos semielaborados
y elaborados, municiones, materias primas y alimentos. Por
otra parte, reemplaza con su propia industria los productos
europeos que antes importaba, lo que determina un amplio
desarrollo, en especial de las industrias químicas.
De esta forma, la hegemonía
financiera-industrial en el nivel internacional se desplaza
desde Londres hacia Nueva York: Wall Street comienza
a ser el centro financiero por excelencia. Pero la primera
guerra tiene, por otra parte, consecuencias no previstas por
las potencias que la habían desencadenado.
El gobierno de la Rusia
zarista, conmovido por profundas contradicciones internas
que la guerra termina por hacer estallar, se derrumba ante
la ofensiva de los soviets de obreros y campesinos
encabezados por Lenin, y el Partido Bolchevique toma el
poder para instaurar el primer estado socialista mundial.
La implantación del poder
comunista en Rusia va a crear un nuevo tipo de
contradicciones en el nivel internacional.Las potencias
occidentales reconocen el peligro que genera la existencia
de un poder que cuestione él sistema capitalista y se
consolide internamente en el plano político-económico. En
esta medida, inmediatamente después de la finalización de la
Primera Guerra, se organiza el acuerdo de las potencias
imperiales —Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Japón—
que, apoyadas en los sectores zaristas
contrarrevolucionarios de Rusia, llevan adelante, tres
intentos de invasión entre los años 1919 y 1921; todos
terminan con la más absoluta derrota. Luego de estos
fracasos, los países imperiales elaborarán una política de
aislamiento de la URSS —política que los Estados Unidos
reproducen en Cuba a partir de 1962—, pero los intentos de
nuevas invasiones son definitivamente descartados.
Mientras tanto, el poder soviético logra consolidarse
internamente y, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, la
URSS —a través del desarrollo autónomo de su industria
pesada implantado por el régimen stalinista— se ha
transformado en una potencia económica y militar.
Pero este desarrollo se generó
a cambio de un alto costo político y social. En los años de
entreguerras y luego de la muerte de Lenin, la "dictadura
del proletariado", como concepción de un poder popular ha
sido desplazada por la
dictadura de Stalin, como poder de una burocracia.
Al mismo tiempo, el desarrollo
de movimientos nacionales en los países coloniales y
dependientes comienza a consolidarse con un contenido social
y de masas gestando, en el período que media entre las dos
guerras, las condiciones que van a madurar a partir de la
Segunda Guerra Mundial. El fenómeno del nacionalismo es tal
vez una de las más ricas expresiones que presenta el
desarrollo político del Tercer Mundo. Con características
propias en cada región, el nacionalismo de los países
dominados no puede ser equiparado al nacionalismo de las
grandes potencias.
Al encontrarse los sectores
privilegiados comprometidos con la dominación, la liberación
nacional pasa a ser una bandera de las masas populares. La
afirmación nacional y la liberación social se convierten así
en partes inseparables configurando una de las
características definitorias del Tercer Mundo. Lo que va a
signar globalmente este período es, precisamente, el
desarrollo de movimientos políticos que hacen sus primeras
experiencias masivas en una perspectiva nacional y
antiimperialista.
El nacionalismo colonial de
"élite" es reemplazado, en esta etapa, por un nuevo
nacionalismo que intenta nuclear a los distintos sectores de
la sociedad capaces de oponerse a las metrópolis dominantes.
Expresión de este fenómeno es el movimiento "4 de mayo" que
se desarrolla en China en 1919.
Otras potencias menores
En el reparto colonial hubo otros países europeos que
intentaron consolidar sus posiciones o hacerse también de
algunas colonias. Bélgica consolidó sus posesiones en África
—territorios del actual Zaire— que, más que una empresa
nacional, fue el fruto de la codicia y la astucia personal
de Leopoldo II.
Holanda modernizó la
explotación de sus colonias de las Indias Holandesas —actual
Indonesia—, mejorando las comunicaciones, estableciendo una
administración centralizada y creando plantaciones modernas
de caucho, especias y tabaco.
Portugal creyó posible
establecer un imperio colonial desde la costa del Atlántico
al Indico, pero tuvo que renunciar al recibir un ultimátum
de Gran Bretaña en 1890; aunque a través de acuerdos
diplomáticos, y con el consentimiento británico, logró
extender enormemente sus territorios a finales de siglo,
desde las escasas franjas costeras que ya controlaba, hasta
alcanzar una superficie de más de dos millones de kilómetros
cuadrados (Angola, Mozambique y Guinea-Bissau).
España, además de la pequeña
colonia de Guinea Ecuatorial, recibió el derecho a
establecer un protectorado sobre el Rif, en el norte de
Marruecos, además del territorio del Sahara occidental.
Italia inició su expansión
colonial en 1882, en gran medida por su rivalidad con
Francia, por razones de prestigio nacional, y también para
hacer olvidar el "irredentismo" (aspiraciones territoriales
sobre el sur del Tirol y el Adriático). Italia se anexionó
Somalia y Eritrea, y más tarde estableció un protectorado
sobre Abisinia, pero al querer convertir el protectorado en
colonia, los italianos fueron derrotados por lo que tuvieron
que renunciar incluso a mantener el protectorado. En 1912
declaró la guerra al débil imperio turco, y se anexionó
Libia —que se convirtió en una colonia— y las islas del
Dodecaneso.
Con esa conquista, en 1912,
solamente el pequeño Estado de Liberia y el reino de
Abisinia estuvieron libres de la colonización europea.
Documento, Sobre el
Imperialismo Colonial
"La
colonización es la fuerza expansiva de un pueblo, es su
potencia de reproducción, es su dilatación y su
multiplicación a través del espacio; es la sumisión del
universo o de una gran parte de él a su lengua, a sus
costumbres, a sus ideas y a sus leyes. Un pueblo que
coloniza es un pueblo que pone las bases de su grandeza
futura. Todas las fuerzas vivas de la nación colonizadora se
ven acrecentadas por este desbordamiento hacia fuera de esta
desbordante actividad.
Desde el
punto de vista material, el número de los individuos que
forman la raza, aumenta en una proporción sin límites; la
cantidad de recursos nuevos, de nuevos productos, de
equivalentes de cambio hasta ahora desconocidos que demandan
la intervención de la industria metropolitana, es
inconmensurable; el campo que se abre a los capitales de las
metrópolis y el dominio explotable que se ofrece a la
actividad de sus ciudadanos, son infinitos. Desde el punto
de vista moral e intelectual, este acrecimiento del número
de las fuerzas y de las inteligencias humanas, estas
condiciones diversas en las que todas estas inteligencias se
encuentran situadas, modifican y diversifican la producción
intelectual. ¿Quién podrá negar que la literatura, las artes
y las ciencias de una raza determinada, al ser amplificadas
de este modo, adquieren una pujanza que no se encuentra en
otros pueblos, de naturaleza más pasiva y sedentaria? (...)
Sea cual
fuere el punto de vista en que nos situemos (...) siempre
nos encontraremos con una verdad incontestable: el pueblo
que coloniza más, es el primer pueblo; y si no lo es hoy, ya
lo será mañana."
P. LEROY-BEAULIEU:
De la colonisation chez les peuples
modemes. París, 1870
Leroy-Beaulieu, economista francés y uno de los más
brillantes teóricos de la colonización
Fuente Consultada:
Ciencias
Sociales Historia EGB 9 Luchilo-Privitellio-Paz-Qués
Enciclopedia de los Grandes Fenómenos del Siglo XX Tomo 1
Historia Universal Navarro-Gárgari-González-López-Pastotiza-Portuondo |