Construcciones de Piedra de los Incas:Ajuste Perfecto de las Piedras

Construcciones de Piedra de los Incas Ajuste Perfecto de las Piedras

Cuando un terremoto sacudió el sur de Perú el 21 de mayo de 1950, la antigua población de Cuzco quedó devastada, pero los cimientos de piedra sin aglutinante sobre los cuales fue erigida la ciudad permanecieron en su sitio: eran las robustas murallas de templos y palacios construidos por los incas antes de la Conquista española.

Los alarifes incas construyeron sus muros con tanta perfección, que resistieron las sacudidas y quedaron indemnes; tan sólo unas cuantas juntas se apartaron ligeramente.

Los bloques de piedra, algunos de 100 toneladas de peso, fueron labrados sin herramientas de hierro, pero con un ajuste tan exacto que no es posible meter la hoja de un cuchillo entre las juntas.

• Trabajo de Precisión:

El historiador Garcilaso de la Vega el Inca, nacido en Perú es hijo de un español y una princesa inca, escribió en 1609 que los incas daban forma a los bloques de construcción golpeándolos con unas piedras negras”, sin cortarlos.

Biografia de Garcilaso de la Vega Vida y Obra Literaria – BIOGRAFÍAS e HISTORIA UNIVERSAL,ARGENTINA y de la CIENCIA

Esta aseveración fue corroborada por el arquitecto estadounidense Jean-Pierre Protzen, que comenzó a estudiar la mampostería inca en 1982.

Mientras trabajaba en una antigua cantera situada cerca de Cuzco, logró labrar ciertas piedras abandonadas allí con unos rudimentarios martillos de piedra; algunas de esas piedras eran de cuarcita y no provenían de la cantera sino de las riberas de un río cercano.

Descubrió que los incas usaban tres tipos de martillos para labrar y ajustar las piedras: primero las desbastaban con los grandes, que pesaban 8 o 9 Kg.; luego alisaban las caras con los de tamaño mediano, de 2 a 5 Kg. de peso, y con los pequeños, que pesaban 1 Kg. escuadraban los bordes.

Protzen tardó casi 90 minutos en labrar tres caras y cinco bordes
de un bloque de 25 x 25 x 30 cm.

El martillo mediano se usaba con ambas manos en un ángulo de 15 a 20 grados para sacar lajas chicas; al girar los puños justo antes del impacto, el ángulo se duplicaba y producía un mejor corte.

Como el martillo rebotaba de 15 a 25 cm. después de cada golpe, la labor no exigía mucho esfuerzo.

Como el martillo más liviano no podía rebotar, tenía que ser sostenido firmemente y golpeado con fuerza para escuadrar cada borde del bloque antes de alisar la cara adyacente con el martillo grande; de esta manera se evitaban las resquebrajaduras.

El apretado ajuste de las juntas se lo graba mediante un paciente trabajo de embone gradual.

Casi todas las piedras tenían labrada una superficie convexa en una cara, así que una vez que se tendía una hilera de bloques, a la cara superior de cada piedra se le daba forma cóncava para que embonara con la piedra de la hilera siguiente.

El bloque superior se colocaba en su lugar varias veces hasta que ajustaba a la perfección.

El polvo acumulado en la piedra inferior tal vez servía de guía de corte: la marca dejada en él por la superficie de la piedra superior mostraba en dónde se requería un corte más hondo.

Los lados de cada bloque se labraban de la misma manera, mediante comparación y corte aproximativos.

Lo que las piedras no revelan:

No se sabe cómo los incas lograron trasladar los grandes bloques de piedra hasta los sitios de construcción, a menudo situados a muchos kilómetros de distancia.

En algunos bloques hay señales de haber sido arrastrados, pero se habría necesitado un número muy grande de personas para subirlos de ese modo por las estrechas rampas de acceso que aún se conservan en varios lugares.

Embone perfecto Aunque muy pocos de los bloques de piedra usados por los incas eran de forma o tamaño uniforme, cada uno se ajustaba a la perfección a la piedra adyacente. Los rebordes quizá servían para izar las piedras durante la obra; eran de dos formas, una para atar cuerdas y la otra para apoyar una palanca.

Jean-Pierre Protzen calculó que se necesitarían 2.400 hombres para arrastrar el bloque más grande de las ruinas de Ollantaitambo por una de dichas rampas de acceso: el bloque pesa unas 138 toneladas.

En una fosa de la antigua cantera del Rumicolca situada al suroeste de Cuzco hay algunas piedras labradas, pero no hay pruebas de que materiales de dicha cantera fueran arrastrados hasta sitios de construcción.

Si se usaron troncos y trineos de madera, quedan pocas huellas de ellos.

Tal vez se dejó que los bloques se deslizaran por las laderas por su propio peso.

• ►LOS CAMINOS DE LOS INCAS:
Milagros de ingeniería

El Camino Real no sólo era largo, sino que se construyó en uno de los terrenos más difíciles del mundo, ya que cruzaba el corazón de la cordillera de los Andes.

Los problemas que planteó su construcción intimidarían a un ingeniero moderno.

Los incas abrieron túneles en la roca a hachazos.

En vez de rodear las pendientes más empinadas, tallaron escalinatas en las escarpadas laderas, por las que subían cómodamente sus bestias de carga, las llamas.

Y crearon extraordinarios puentes colgantes sobre barrancas profundas y torrentes montañosos.

El más espectacular es el puente de San Luis Rey, que no habría desentonado en un cuento de hadas.

Hecho de cuerdas de fibra y tablas de madera de 45 m de largo, se balanceaba peligrosamente a unos 90 m arriba del río Apurimac.

Muchos usuarios de los caminos eran soldados y chasquis, mensajeros del gobierno.

Éstos, corredores muy bien entrenados, estaban apostados a intervalos de 3 km a lo largo de los caminos principales, y llevaban mensajes en relevo; desde la corte de Cuzco y hacia ésta.

Los incas no tenían escritura, de modo que los mensajes se transmitían en quipes. sartas de hilos anudados con claves de colores.

Los equipos de relevos podían cubrir hasta 320 km diarios.

A esta velocidad, era posible que llevaran pescado en menos de dos días desde la costa hasta la corte incaica, situada 400 km tierra adentro en lo alto de las montañas -para servirlo fresco en la mesa real.

Sin embargo, no fue sólo para transportar alimentos que crearon buenas carreteras, sino también para los soldados que mantenían a los pueblos del imperio bajo control.

Era como una inmensa telaraña de poder esparcida sobre Sudamérica, que con el tiempo ayudó a los conquistadores españoles cuando se apoderaron del Imperio inca.

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