Historia de la Política Moderna:Historia del Pensamiento Politico

Historia de la Política Moderna- Historia del Pensamiento Politico

Desde el principio, antes incluso de que el término "política" hubiera nacido en Grecia, el hombre ha sido un animal político.

Hasta el punto de que uno de los rasgos definitorios de lo humano es, precisamente, su condición de político, su necesidad de organizar la vida en sociedad.

Y lo que se juega en la política no es sólo, pese a lo que pudiera parecer en los tiempos que corren, un reparto de cargos o prebendas, o ni siquiera el poder, sino la regulación de las reglas de convivencia, la vida en común de todos.

Se dice que "la política es la segunda profesión más antigua del mundo", bromeaba Ronald Reagan en 1977.
"He acabado dándome cuenta de que guarda un gran parecido con la primera"

Ampliar: Objetivos de un Gobierno en un Estado

El origen de los partidos políticos modernos se remonta a la época de las llamadas revoluciones liberales, como la Gloriosa Revolución Inglesa (1688) o la Revolución Francesa (1789).

Con la declinación del absolutismo surgieron en Europa Occidental los clubes políticos, asociaciones de personas con ideas afines acerca del modo en que debía gobernar el país.

Por ejemplo, la Revolución Francesa dio lugar al surgimiento de corrientes políticas diferentes: los feullians, así llamados por reunirse en el convento de esta orden, proponían preservar la monarquía.

A ellos se enfrentaban los girondinos, provenientes de la región de la Gironda, y los jacobinos, de tendencia más radicalizada.

Estas asociaciones carecían de una organización estable, de una ideología definida o de un programa de gobierno concreto porque sus propuestas se centraban en la organización política del país; por ejemplo, si debía establecerse una república o una monarquía.

Una vez instalada la preponderancia del Parlamento sobre el gobierno y garantizada la libertad de expresión y reunión, estos clubes políticos se transformaron en partidos de notables: agrupaciones destinadas a la promoción electoral de personalidades destacadas por su pertenencia a un grupo social, como por ejemplo, la oligarquía en la Argentina de fines del siglo XIX.

Estos notables proponían los programas, determinaban quienes accedían al poder y mantenían la unidad programática del partido.

Este tipo de partido político se desarrolló y consolidó en la etapa en que la participación política era restringida y el sufragio estaba limitado a los propietarios, contribuyentes e instruidos.

En la Argentina, la llamada “generación del 80” es un claro ejemplo de ello.

Hacia mediados del siglo XIX, la clase obrera y gran parte de la clase media, comenzaron a fundar y armar sus propios partidos políticos con el objetivo de reclamar por el derecho al voto y por mejores condiciones de vida.

Su organización era más estable y sus principios estaban fijados por un programa político o conjunto de ideas preciso y detallado.

La conducción estaba a cargo de personas que se dedicaban exclusivamente a la política como actividad constante.

Cualquiera que adhiriera a los principios orgánicos del partido podía afiliarse o formar parte de él.

Historia de la Política Moderna

Estos partidos de masas, así llamados porque solían apelar a las grandes manifestaciones colectivas, cobraron relevancia cuando entró en plena vigencia el sufragio universal.

El historiador británico Ben Dupré , dice al respecto:

La definición de Aristóteles de los seres humanos como zoo politika (animales políticos) parte de su concepción de que las personas se expresan más plena y propiamente en el contexto de la ciudad-Estado griega, la polis, palabra de la que se deriva «política».

La polis, por tanto, es el hábitat natural de los animales políticos, donde se relacionan y colaboran para establecer las leyes y crear las instituciones en las que se basan el orden social y la justicia.

Y si los humanos son esencialmente políticos, la vida sin la política es imposible.

La polis puede ser fruto de la colaboración cívica, pero el impulso que la pone en marcha es el conflicto.

Si la gente no mantuviera opiniones diferentes, no sería necesaria la política.

En un mundo de concordia absoluta -o abrumadora opresión-, la política no iría a ninguna parte, porque las desavenencias habrían desaparecido o habrían sido anuladas.

La necesidad de vivir políticamente se debe a que no existe un acuerdo general acerca de cómo deben distribuirse las cosas buenas de la vida, o de quién debe ejercer la autoridad sobre quién, o de cómo se decide esa preeminencia.

Como apuntó Mao Zedong astutamente, la política es la guerra sin derramamiento de sangre: un medio de resolver el conflicto sin recurrir a la violencia.

El único acuerdo general en una sociedad abierta políticamente es el que sirve para tolerar la diferencia, y en este sentido la política es el arte (o puede que la ciencia: las opiniones difieren) del compromiso.

La democracia en países como Argentina , supuso la institucionalización de elecciones para la designación de autoridades de gobierno pero, mientras tanto, implicó la existencia de un Estado ineficiente para garantizar el conjunto de derechos y libertades básicas de la ciudadanía.

Todo esto en un contexto en el que las condiciones sociales y económicas limitan o impiden la efectiva participación ciudadana en lo que atañe al bien común.

Las desigualdades sociales afectan a la igualdad política, pues las personas que no logran satisfacer sus derechos básicos, tampoco pueden participar en el ámbito de lo público del mismo modo en que pueden hacerlo las que no sufren esta vulneración de sus derechos.

El Estado no tiene como única función controlar las reglas de juego de la democracia, sino la competencia para adecuar las instituciones políticas a un desarrollo económico y social que amplíe y fortalezca la base de la ciudadanía.

Pareciera necesario, entonces, para garantizar una gobernabilidad democrática que atienda a la demanda de la sociedad civil, que el Estado mismo se imponga un estilo tendiente a desburocratizar y a agilizar su propia gestión.

Esto implica ampliar las bases para la participación ciudadana y para la intervención directa e indirecta de la comunidad en los asuntos colectivos.

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