MARQUES DE SADE - LA VERDAD (1787)
Escritos Filosóficos y Políticos
¿Cuál es esa quimera impotente y estéril,
esa divinidad que predica al imbécil
un odioso tropel de curas embusteros?
¿Ellos quieren que sea uno de sus sectarios?
Ah, nunca, yo lo juro. Sostendré mi palabra:
jamás a ese ídolo ofreceré latría.
Este hijo del delirio y la irrisión
nunca podrá causarme la menor impresión.
Contento y glorioso en mi epicureísmo
pretenderé expirar en el dulce ateísmo
y que al infame Dios que pretenden crear
tan sólo lo conozca para blasfemar.
Ah, si, vana ilusión, mi alma te detesta
y para bien sellar mi constante protesta
quisiera en un momento poderte ubicar
y saborear la gloria de hacerte insultar.
Pero, ¿qué es, en efecto, este fantasma vano,
trivialidad de Dios, invento ingrato
que no se puede ver y nadie lo analiza,
miedo del insensato y del sensato, risa?
¿Quien se escapa al sentido, quien a la inteligencia
sino este hijo del hombre salvaje sin conciencia
que ha regado la sangre desde hace mil años (1)
y aun se nos presenta como un amo?
Yo quise analizar al vano miserable
y mi ojo filosófico no lo encontró entrañable;
Sólo vio en el motivo de nuestra religiones
un enjambre soez de contradicciones
que se rompe y acaba ante un mínimo examen.
Tal se puede afirmar que la creencia nace
gracias a nuestro miedo e hija de la esperanza. (2)
Mas, ¿cuál es la razón del mentiroso abyecto
que pretende ceñirme a su vano trayecto?
¿Necesito yo al Dios que a mi lógica pesa
para justificar a la naturaleza?
En ella todo existe y su seno creador
se agita a cada instante sin principio motor. (3)
¿Ganaría yo algo de esta bifurcación?
Y Dios: ¿nos muestra leyes que rigen la creación?
Si él crea, ha sido creado, y seguiré en lo mismo:
inseguro, como antes, de unirme a su destino.
Fuera, fuera de mí, infernal impostura;
el universo aguarda tu fatal sepultura.
Todo lo que tenemos son cosas naturales,
tú eres sólo la nada y la naturaleza
nos ha creado. Evádete, execrable quimera!
Vete lejos del orbe, abandona la tierra
donde sólo verás pecho empedernidos,
cubiertos de oropel: joyas de tus amigos.
Y, en cuanto a mí, ya es tanto el odio que me inspiras
que con placer, Dios vil, y voluptuosamente
sería tu verdugo si existieras realmente:
ofrecerías, así, a mi sombría venganza
el placer de mi brazo que iría a tu corazón
para que conocieras de mi odio el rigor.
Pero es vano, no existes, nadie puede abrazarte
y tu esencia se escapa al que quiera alcanzarte.
No te puedo aplastar, pero entre los mortales
quisiera derribar tus infames altares
y demostrar al mundo que Dios, aún cautivo,
el irrisorio aborto bebedor de oraciones
no logrará poner término a las pasiones.
Movimientos sagrados, pasiones sin ambages,
sed para siempre objeto de nuestros homenajes.
Lo único que se puede dar al hombre sensato,
lo único que llega a nuestro corazón,
y la naturaleza dona a nuestra razón:
cedamos a su impulso, su fuerza y violencia
subyugue nuestras almas sin hallar resistencia.
Ondule plenamente la ley de los placeres
y la voz del deseo inunde nuestros seres (4)
Sea cualquiera el desorden y sople cualquier viento
debemos proseguir y sin remordimiento,
sin escrutar las leyes, sin seguir las costumbres:
abandonarnos, lánguidos, llenos del sentimiento
de adorar los dictados de la naturaleza.
Respetaremos sólo su divino murmullo,
ese que en todas partes las vanas leyes matan.
Lo que parece al hombre una horrible injusticia
es efecto total de sus ojos enfermos:
si algo fuese monstruoso para nuestras costumbres
vamos a la naturaleza, quien nos recibe enteros. (5)
Esas dulces acciones que creéis letales,
los intensos deseos que llaman criminales
son destellos normales de la naturaleza.
Cuando ella nos permite, simplemente, es sublime
e incluso nos da víctimas para lograr el crimen:
torturémoslas siempre y que nunca pensemos
hacer nada terrible: seguimos sus deseos.
Ella anula el azar y los padres, los hijos,
templos, burdeles, devotos y bandidos,
todo le pertenece y en ella no hay delitos.
Cumpliríamos con ella al cometer el crimen:
mientras más el exceso ella más nos recibe. (6)
Usemos las potencias que ella ejerce en nosotros
abandonándonos a gustos monstruosos: (7)
nadie resulta ingrato por gustos homicidas,
incestos, violaciones, robos, parricidios,
placeres de Sodoma o jugueteos de Safo:
ella todo recibe en placentero abrazo.
Derribando a los dioses, robémosles su trueno
y con este fulgor azotemos la vida
que no nos acomode o nos llene de miedo.
Nunca la inhibición, no porque las maldades
sirven de ejemplo vivo a las negras proezas...
Nada sagrado existe; todo en el universo
se repliega al fogoso yugo de nuestro cuerpo. (8)
Más nos multiplicamos: más infamias tenemos
y más las sentiremos en nuestra alma de hierro.
Enardeciendo al máximo nuestros negros ensayos
los días y las noches nos llevan al pecado.
La naturaleza, tras de los años dulces
de las mofas divinas, nos depara esta suerte:
una fosa que espera para recompensarnos
y al fin de toda vida quedarnos en sus brazos
pues todo es vida en ella, todo se reconstruye:
grandes, pequeños, madres, mujeres pervertidas...
Y nosotros le somos tan dulces a sus ojos:
monstruos o libertinos, mediocres o virtuosos.
1. Se evalúa en más de cincuenta millones de vidas las perdidas por guerra o
masacre de religión. ¿Una sola religión puede valer la sangre de un pájaro?
¿Acaso la filosofía no debe armar a todas sus piezas para exterminar a Dios, en
favor del cual se inmolan tantas víctimas que valen más que él? ¿Acaso hay una
idea más bestial, extravagante y peligrosa que la de un Dios?
2. La idea de Dios no nace en los hombres excepto cuando lloran o esperan algo.
Es en esto que se basa la unanimidad de todos los seres humanos en esta quimera.
El hombre, universalmente desgraciado, ha tenido siempre motivos de dolor y
esperanza y tanto invoca la causa que lo atormenta como espera el fin de sus
males. Al invocar al ser que se supone es la causa de ambos, ignorante de que el
mal inherente a su vida tiene causa en su misma existencia, crea las quimeras
ante las cuales renuncia al estudio y la experiencia que se las volverían inutilidad.
3. El más ligero estudio de la naturaleza nos convence de la eternidad del
movimiento y el examen atento de sus leyes nos hacen ver que nada se pierde en
ella y todo se regenera sin cesar gracias al efecto que parece destruir sus
obras. Si las destrucciones son necesarias, la muerte es una palabra sin
sentido: sólo hay transmutaciones y no hay extinciones. La perpetuidad del
movimiento entre la naturaleza anula toda idea de un primer motor.
4. Rindámonos indiscriminadamente a todo lo que nos inspiran las pasiones y
seremos por siempre felices. Despreciemos la opinión de los hombres: es sólo
fruto de los prejuicios. En cuanto a nuestra conciencia, no redoblemos su voz
pues la podemos callar: la costumbre la reduce al silencio y cambia
en placer los más terribles recuerdos. La conciencia no es un órgano de la
naturaleza, sino de los prejuicios: venzámoslos y tendremos la conciencia a
nuestras órdenes. Interroguemos a la conciencia del salvaje y preguntémosle si
le reprocha algo: cuando mata a su semejante y lo devora, la naturaleza
parece hablar por él; la conciencia está muda; concibe como cosa de tontos
apelar al crimen; él lo ejecuta. Todo es tranquilo. El ha servido a la
naturaleza mediante la acción, que place tanto a esta naturaleza sanguinaria que
se nutre de crímenes, crímenes que son como se energía.
5. ¿Cómo podemos ser culpables si sólo obedecemos las presiones de la
naturaleza? Los hombres y sus leyes, que son, al fin, obra humana, nos pueden
considerar criminales, pero nunca la naturaleza... Sólo resistiéndonos podemos
ser culpables a los ojos de ésta y éste es el único crimen que debemos evitar.
6. Una vez demostrado que el crimen le place, el hombre que más le servirá será
quien dé más extensión o gravedad a sus crímenes, observando que la extensión le
place más que la gravedad, pues si bien está establecido que el asesinato es
menos grave que el parricidio, esto es pura convención humana. Quien haya
cometido más desórdenes en el universo la santificará más que quien se haya
detenido en el primer paso. Que quien frena sus pasiones tenga clara esta
verdad: sólo podrán hacerse caros a la naturaleza multiplicando sus delitos.
7. Estos gustos no son ni útiles ni caros a la naturaleza pues si se propagaran
nacería el desorden. Mientras más se golpee, se deteriore, se destruya, más la
naturaleza siente el precio de estos actos. La eterna necesidad que ella tiene
de destrucción sirve de prueba a este enuncio. Destruyamos si queremos ser
útiles a sus planes. Así, el masturbador, el asesino, el infanticida, el
incendiario, el sodomita son los hombres que deben servirnos de ejemplo.
8. Imponerse frenos o barreras en la ruta del crimen sería ultrajar
visiblemente las leyes de la naturaleza que se han depositado en nosotros y
desconoce nuestras reticencias y nuestras cadenas. El hermano que se acuesta con
su hermana no hace más mal que el amante que se acuesta con su mujer y el padre
que mata a su hijo no hace más ultraje que el asesino de camino real. La
naturaleza no ve diferencias en esto: lo que quiere es el crimen, sin que
importe la mano que lo comete ni el seno donde es cometido.