La Mezquita de Santa Sofia en Estambul:

La Mezquita de Santa Sofia en Estambul

Santa Sofía domina la silueta de Estambul como una potente ciudadela.

Durante milenio y medio se la cantó y admiró como maravilla del mundo; un monumento de la gran cultura humana como hasta la actualidad no se ha vuelto a crear otro.

Al visitante de hoy le resulta difícil descubrir, tras la apariencia exterior de la iglesia, la brillantez perdida de la áurea Bizancio.

mezquita santa sofia

La capital europea de Turquía, ayer Constantinopla y hoy Estambul, acoge hoy la blanca Hagia Sophia (Santa Sofia).

Por motivos históricos, y por su espectacular cúpula, Hagia Sophia es un edificio de referencia en todos los manuales de estructuras arquitectónicas.

Como el lugar existe desde el siglo VI, de hecho han existido muchas Hagia Sophia, que multitud de terremotos e increíbles atrocidades humanas han ido destruyendo parte del edificio y todo lo del interior.

Pero siempre se ha ido reconstruyendo (y cambiando) hasta llegar a nuestros días como mezquita islámica con cuatro espectaculares minaretes añadidos a su alrededor.

El cambiante destino de Santa Sofía —de iglesia cristiana a mezquita islámica y al actual museo— dejó tras de sí en todas partes sus huellas en forma de cambios y añadiduras.

La magnífica y esplendorosa cúpula principal, cuya clave se eleva a 56 m por encima de la nave del templo, es lo único que no ha perdido nada de su gracia y dignidad.

Sirvió de ejemplo para la construcción de numerosas mezquitas orientales y catedrales de Occidente.

El emperador Constantino fue el primero en construir una iglesia en el lugar de la actual Sofía, cuando en 336 convirtió a Bizancio, bajo el nuevo nombre de Constantinopla, en la capital de su imperio romano oriental. La llamó “meggale ekklesia”, gran iglesia.

Constantino fue el propulsor de la fe cristiana por todo el Oriente y quiso, en Santa Sofía, demostrar su poder sin límites.

El fasto ornativo llegó a alcanzar efectos nunca alcanzados en otros lugares: la riqueza de colorido en las grandes columnas verdes y rojas, los capiteles de imponente mole, las paredes planas con incrustaciones de losas verde tierno, estaban limitadas por otras cornisas labradas, entre capitel y capitel, y recias barras de cedro procedentes del Líbano, hacían de tirantes. 

Después del devastador incendio del año 404, provocado en tiempos del emperador Arcadio, oo quedó nada más que las cenizas; la causa fue una revuelta surgida a consecuencia de la condena de destierro de San Juan Crisóstomo.

Arcadio era hijo de Teodosio, nació en España y fue elevado al trono juntamente con su hermano Honorio, con quien repartió el imperio, quedándose él con el de Oriente; fue cristiano e impuso en todo su vasto imperio la religión de Cristo, confiscando todos los templos paganos.

Teodosio II volvió a edificar el templo nuevamente en un afán de que aquella joya arquitectónica quedara para la posteridad; eso ocurría en el año 415.

Cien años más tarde, esta iglesia y con ella la mayor parte de Constantinopla, era pasto de las llamas, durante un levantamiento, llamado de Nica, contra el emperador Justiniano, del que logró salir con vida gracias a la prudencia de Teodora, que no queriendo abandonar el palacio, pudo salvarlo; ésta era la segunda vez que la catedral de Santa Sofía era pasto de la furia desencadenada de los hombres.

Justiniano, no obstante, se propuso edificar nuevamente Santa Sofía, que sería más grande y más hermosa.

Los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto que eran los más famosos arquitectos de la Roma Oriental, se encargaron de convertir en realidad el sueño de Justiniano.

“Un ángel le muestra los planos durante el sueño”, decía el pueblo.

Antemio era de Tralles, ciudad rica en monumentos, situada en las colinas del valle del Menderes en el Asia Menor, gran matemático y no peor arquitecto, llevó a cabo notabilísimos estudios e investigaciones sobre mecánica, fue inventor de algunos artilugios, en óptica también fue un avanzado investigador, pero quiso la desgracia que mientras trabajaba para Justiniano, le sobreviniera la muerte.

Su obra fue continuada por Isidoro que era oriundo de Mileto ciudad cuyos tres puertos abiertos al comercio hicieron de ella la más próspera y famosa colonia griega en la costa de Jonia.

En primer lugar se preparó una gran explanada formada por grandiosos bloques de piedra y encima se vertió una descomunal masa de concreto de más de 20 m de espesor y sobre estos formidables cimientos se levantó todo el edificio que es prodigio de belleza y estabilidad arquitectónica sin par.

Las obras costaron 180 quintales de oro.

Millares de obreros llevaron durante la construcción todas las riquezas del imperio oriental: el más hermoso mármol, las mejores columnas; adornaban las paredes mosaicos de oro.

El día 27 de diciembre del año 537 fue inaugurada la nueva y fabulosa Santa Sofía por el patriarca Menas y Justiniano pudo decir, pleno de satisfacción y con los ojos puestos en el cielo: “Doy gracias a Dios que me ha considerado digno de cumplir una obra tal.”

En el año 557 la cúpula se hundió quedando casi destruida. Se atribuye el hundimiento a que la cúpula no tenía forma hemisférica, sino que era rebajada y este motivo fue probablemente el causante del derrumbamiento.

La nueva restauración, efectuada cinco años después (562) por Isidoro el Sobrino, dio los últimos toques a la gran obra que satisficieron plenamente a Justiniano.

En el templo eran custodiadas las más fabulosas reliquias de la Cristiandad: restos de la Cruz, la losa de mármol en la que se extendió el cuerpo adyacente de Cristo una vez descendido de la Cruz y el pozo de la Samaritana.

Todas estas sagradas reliquias fueron dispersadas en parte en el saqueo que se efectuó después de la conquista de Constantinopla por los Cruzados.

Otras reliquias las Podemos contemplar, hoy en día, en la basílica de San Marcos en Venecia.

La cúpula de Santa Sofia  tiene un diámetro de 31,87 m, una altura de 56,60 m y cubre un espacio rectangular de 77 m por 71 m.

Se apoya mediante cuatro elementos gigantes y cuarenta contrafuertes perimetrales entre los cuales hay ventanas cuya luz dan a la cúpula una distinguida esbeltez, como de flotación.

En esencia cuatro pilares de granito sostienen cuatro grandes arcos semicirculares y en ellos se apoya un arco circular de hierro y en él se apoya la cúpula, evidenciándose las cuatro pechinas de las esquinas.

La adjunción de medias cúpulas pequeñas dio al conjunto la cobertura de un espacio rectangular, apareciendo cuatro pilares suplementarios que también contribuyen a la estabilidad del sistema.

El arquitecto-ingeniero Artemius fue el artífice de la primera cúpula-casquete esférico diseñando ladrillos poco gruesos, unidos por un cemento especial.

Una macro-estructura de madera tuvo que ir ayudando a la construcción de la cúpula.

El atrevimiento estructural de Anthemius fue superar la tradición romana donde las cúpulas poco gruesas se apoyaban en muchos elementos y asumir el riesgo de apoyar esencialmente en cuatro columnas.

Al final Anthemius culminó el proyecto, pero éste se desmoronó por su peso al abrirse hacia fuera dos columnas y sus arcos.

Isidoro el Joven la reedificó en forma de se-miesfera más alta, con más solidez... hasta el terremoto de 1346.

Una vista panorámica del interior del más importante templo de la cristiandad oriental; del techo de la bóveda cuelgan innumerables lámparas que como estiradas lágrimas floran su pasado esplendor, convertido en mezquita, y actualmente museo.

La Santa Sofia (“Sabiduría Divina”) ya acabada se convirtió en el santuario de la cristiandad oriental.

Siguió siéndolo hasta que los turcos en 1453 conquistaron Constantinopla, que desde entonces se llama Estambul.

Para pesadumbre de todo el mundo cristiano convirtieron la iglesia en mezquita. Kemal Atatürk declaró museo a Santa Sofía.

Se sabe que el interior de Santa Sofía se encontraba pavimentado con hermosos mosaicos, hoy desaparecidos.

Las paredes también estaban recubiertas del mismo modo y aún hoy día se pueden apreciar algunas muestras de las hermosas e inigualables reproducciones artísticas que en ellas se plasmaron.

En la actualidad el suelo está recubierto por grandes y pesadas losas de mármol.

En el medio arco de la puerta real del atrio figura un Cristo sentado y a sus pies el emperador León VI.

El ábside tiene en el centro la Virgen y el Niño y varios hermosos arcángeles.

“Religiosidad y decoración, color y forma, luz y leyenda se combinan, se disocian y se superponen en Santa Sofía de modo incomparable”, escribió el profesor Dr. Nastainczyk.

“Como edificio manifiesta la transparencia eucarística de todo lo terreno y en su historia la coincidencia escatológica de la fe vivida.”

La cúpula actual está formada por cuarenta medios arcos de ladrillo que convergen en el anillo de clave, cubiertos de mosaico y soldados uno con otro por una fina pared que en la base está abierta por cuarenta grandes ventanas.

Los muros de la iglesia son todos de ladrillo expresamente fabricados y en algunos figura la inscripción Meggaie ekklesia.

Según se cree los de la cúpula habían sido elaborados con tierra muy fina y ligera.

En la actualidad todo el exterior de Santa Sofía se encuentra estucado y coloreado, pero es posible que su origen no fuera este, ya que los grandes pilares que sostienen la cúpula están hechos por bloques regulares de arena blanca muy fina.

Se desconoce casi por completo, como fue anteriormente Santa Sofía pero hoy en día rio podemos dudar de que en tiempos de Justiniano fuera el templo más hermoso de la cristiandad.

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 Diversos son los mosaicos que se conservan todavía en Santa Sofía (siglo XII). Este que es uno de los más representativos, muestra la figura de Cristo, y se encuentra en perfecto estado de conservación, a pesar del tiempo.

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Para edificar la iglesia, Justiniano importó hermosos materiales de construcción de todo el Imperio.

El pórfido rojo, el mármol verde, blanco y amarillo se trajeron por barco; escultores, carpinteros, albañiles y mosaiquistas pusieron manos a la obra para crear esta joya de la cristiandad en sólo cinco años.

Al terminar, la cúpula y todo el techo fueron cubiertos de oro cuyo brillo se reflejaba en todas las superficies lisas.

Las columnas de mármol eran de unos matices tan exquisitos que un historiador contemporáneo, Procopio, las comparó con un prado cuajado de flores.

De noche la iglesia se transformaba en un resplandeciente firmamento con diminutas estrellas de oro suspendidas entre círculos concéntricos de luz.

La magnificencia de la iglesia disminuyó gradualmente a lo largo de su accidentada historia.

Constantemente amenazada su estructura por el fuego y los terremotos, el interior del edificio fue saqueado de sus tesoros en 1204 por los cruzados, hostiles a la Iglesia ortodoxa oriental, en su ruta hacia Jerusalén.

En 1453 Constantinopla cayó en manos de los turcos otomanos.

Santa Sofía fue convertida en mezquita, y sus mosaicos fueron cubiertos de yeso. Finalmente, en 1934, Kemal Ataturk, presidente de Turquía, convirtió la iglesia en museo.

La última comunión

Fue en la tarde del 28 de mayo de 1453 cuando el emperador Constantino XI, con lágrimas en los ojos, recibió la santa comunión por última vez, pues sabía que en pocas horas miles de turcos, al mando de Mehmet II, asaltarían los muros de la ciudad y asesinarían a sus defensores: los peores temores del emperador se verificaron.

Pero el conquistador mostró la debida reverencia hacia Santa Sofía.

Se dice que antes de entrar por primera vez en la iglesia, Mehmet lanzó un puñado de tierra por encima de su cabeza en señal de humildad y respeto.

Una vez dentro, contempló en silencio la magnificencia de la construcción, y al ver que un soldado turco aporreaba el suelo de mármol, lo golpeó de inmediato con su espada.

En la actualidad, despojado de cualquier función religiosa, este gran templo sigue siendo un oasis espiritual dentro de una bulliciosa metrópoli.

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Enlace Externo:Turquía. Santa Sofía se convierte en una mezquita


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