Desde la época de los romanos, los médicos
han usado la capacidad de las sanguijuelas de extraer sangre sin dolor.
Hasta ya avanzado el siglo XIX se creía que muchas enfermedades procedían de
la “mala sangre” y que la cura más eficaz consistía en abatir su volumen. El
remedio solía ser peor que la enfermedad, porque algunos pacientes perdían
tanta sangre que morían.
A
principios del siglo diecinueve, Francia compraba, cada año, más de treinta
millones de sanguijuelas vivas.
Desde
hacía muchos siglos, los médicos sangraban a los pacientes, por sanguijuela
o tajo, para liberar al cuerpo de la sangre mala. La sangría era el remedio
que se aplicaba contra la neumonía, la melancolía, el reumatismo, la
apoplejía, los huesos rotos, los nervios deshechos y el dolor de cabeza.
La sangría
debilitaba a los pacientes. Jamás se registró la menor evidencia de que
hacía bien, pero la Ciencia la aplicó como curalotodo durante dos mil
quinientos años, hasta bien entrado el siglo veinte.
Esta
terapia infalible hizo más estragos que todas las pestes juntas.
—Murió,
pero curado —se
podía decir.
Fuente Consultada: Espejos de Eduardo
Galeano |