INTRODUCCIÓN:
La crisis financiera mundial de 1973 generó la deuda externa de los países menos
desarrollados. Al convertirse la deuda en el principal problema del Tercer
Mundo, se agravaron los otros problemas que repercutían en el desenvolvimiento
de las naciones de ese conglomerado. Al terminar 1987, la deuda externa superaba
el billón de dólares. México, Brasil, Venezuela, Argentina, Corea del Sur,
Filipinas, Indonesia, Nigeria, Chile y Yugoslavia encabezaban, en ese orden, la
lista de las naciones más endeudadas.
La
explicación al grave problema se encuentra, por una parte, en la actitud de los
mismos deudores, cuyos gobiernos, sin ningún interés por contribuir a un
verdadero desarrollo, se conformaron con destinar el apoyo financiero a
programas irracionales e inflacionistas.
En
América Latina era particularmente preocupante la situación. La moratoria a la
que buscaron llegar los países deudores provocó que se cortaran créditos que
estaban en proceso de negociación. Se acentuaron las medidas para renegociar las
deudas de las naciones con situaciones más problemáticas, aunque la
imposibilidad real de que se pagara la deuda forzaba a los acreedores a
“conformarse” con recibir, al menos, el pago de intereses.
No
obstante, en los últimos años de la década de 1980 se continuaba una política
encaminada a renegociar nuevos plazos, consolidaciones y reconversiones,
brindando considerables facilidades a los deudores, para evitar situaciones de
quiebra absoluta. Un ejemplo importantísimo ocurrió en la decimocuarta cumbre de
los “Siete Grandes” celebrada en Toronto, en junio de 1988, cuando se perdonó la
deuda de las naciones africanas, la cual era superior a los 5 mil millones de
dólares.
Sudáfrica
Ha
sido uno de los países donde la colonización y el racismo llegaron a su máximo
nivel. Los graves problemas de segregación racial se superaron a partir de la
década de 1990.
Localizado en el sur de África y con una gran riqueza de recursos minerales y
abundante mano de obra barata, grandes capitales provenientes de Estados Unidos,
Francia, Italia, Japón, Israel, Canadá y Alemania se dirigieron hacia el Estado
sudafricano, monopolizando las actividades principales: agricultura, ganadería
y, sobre todo, minería (extracción de oro, diamantes, petróleo, cobre, cromo),
protegidos por su ventaja militar.
Durante muchas décadas, blancos y negros (bantúes) coexistieron en condiciones
de desigualdad. El apartheid, palabra afrikaner que significa “separación”, fue
la piedra angular de la estructura económica y social. Ese nombre fue dado por
el gobierno de la República Sudafricana a su sistema de segregación racial a
partir de 1948, cuando se estableció como política oficial del Estado.
Así,
una minoría blanca (menos del 5 por ciento de la población) legislaba sobre la
forma de vida de la inmensa población de color y de origen asiático, cuyo trato
era prácticamente esclavista. Todos los aspectos de la vida de los negros
estaban reglamentados.
Se
separan las razas en las escuelas, se establecen ghetos y zonas habitacionales
especiales; se legisla en los empleos y se suprime la representación
parlamentaria. Se establecen leyes especiales sobre el matrimonio y el registro
de la población.
Se
les segrega en los transportes; no pueden entrar a casas de los blancos sin
autorización; no tienen representaciones obreras y están excluidos de
asociaciones culturales. No pueden adquirir propiedades y tienen horarios
especiales para el uso de bibliotecas, zoológicos, galerías de arte, museos y
jardines públicos; en las zonas rurales mueren 228 niños por cada mil, un índice
de mortalidad de los más altos del mundo. Por el más insignificante motivo se
les arresta, detiene indefinidamente y mantiene incomunicados, o se les deporta
o destierra a zonas lejanas.
Prácticamente los negros no tenían ningún derecho: el parlamento sudafricano
estaba compuesto únicamente por blancos. No tenían derecho a voto y existía una
terrible censura. Incluso los opositores blancos al apartheid también eran
perseguidos y encarcelados. La ley de “delitos criminales” castigaba por
protestar contra las normas del apartheid con multas, cárcel o azotes.
Cuando se impuso un nuevo sistema de control sobre la población a través de
“pases” (libretas de referencias personal), que debían portarse obligatoriamente
a partir de los 16 años de edad, el Congreso Panafricanista exigió su abolición
y se dio un movimiento social que fue severamente reprimido abriendo fuego
contra la población y encarcelando a los líderes.
Sudáfrica es la zona más industrializada del continente africano. El ingreso per
cápita de los blancos era uno de los más altos del mundo; y el de los africanos
negros, de los más bajos. La educación para los blancos era gratuita y
obligatoria, aunque para los negros no.
Aprendían inglés y afrikaans (lengua neerlandesa hablada en África del Sur) para
recibir órdenes. Sin embargo, la introducción del afrikaans generó una gran
protesta
entre la población, especialmente en Soweto, donde en 1976 los
escolares negros protestaron y fueron violentamente reprimidos.
Durante
muchos años, varios grupos sudafricanos buscaron ayuda en organizaciones
internacionales para cambiar la situación. Su lucha no fue en vano y,
finalmente, en junio de 1991, la política separatista del apartheid, símbolo
mundial de la opresión racial, llegó a su fin.
Después de sostener un sistema
racista con base en un sinfín de matanzas de gente de color y constantes
violaciones a los derechos humanos, el parlamento sudafricano derogó todas las
leyes segregacionistas. Luego de 26 años de prisión por oponerse a la opresión
racial, el máximo líder sudafricano Nelson Mandela (foto) salió en
libertad. Desde entonces viajó a diversos países de Europa y América para ayudar
a consolidar la democracia igualitaria en Sudáfrica.
Logró su objetivo: en 1994
se convocaron elecciones. Ejerciendo su derecho al voto, los sudafricanos
eligieron a Nelson Mandela como su presidente.
(ver Mandela presidente)
El Neocolonialismo y el
Tercer Mundo
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